Jerseys, o el fantasma de las niñas (Louisa May Alcott) Libros Clásicos

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Sus ojos redondos y su ingenua sorpresa hicieron reír a las demás y dieron valor a Sally para pedir en ese mismo instante lo que deseaba.
-Señorita Orne, ojalá nos enseñe a ser vigorosas y saludables, pues opino que hoy en día, las muchachas somos muy debiluchas. Nos hacía falta movimiento, y espero que usted tenga la bondad de dárnoslo. Por favor, comience conmigo, así las demás verán que hablo en serio.
La señorita Orne observó a esa muchacha alta, demasiado crecida, de frente ancha, ojos miopes y pecho estrecho. Físicamente, no tenía el aspecto que debía tener una joven de diecisiete años, aunque su rostro y su voz revelaban claridad mental y valor de espíritu.
-Con mucho gusto haré cuanto pueda por ti, hija mía. Es muy sencillo, y estoy segura de que unos cuantos meses de entrenamiento como el mío te ayudarán mucho, pues deberías tener un cuerpo vigoroso para acompañar a tu mente activa -repuso la maestra mientras apretaba amistosamente los dedos flacos y entintados de Sally, para demostrarle su buena voluntad.
-Madame dice que el ejercicio violento no es bueno para las muchachas; por eso abandonamos hace tiempo la gimnasia -declaró Maud con su voz lánguida, deseando que Sally no sugiriera cosas tan desagradables.
-No hacen falta clavas ni barras para esta clase de ejercicio. Os lo mostraré...
Y poniéndose de pie, la maestra efectuó una serie de movimientos enérgicos, aunque gráciles, que ponían en juego todos los músculos sin esfuerzo excesivo.
-Eso parece bastante fácil -comentó Nelly.
-Pruébenlo -sugirió la señorita Orne, con una chispa de burla en los ojos azules.
Y ellas probaron... para enorme asombro de los solemnes retratos de la pared, no habituados a ver tales cabriolas en tan digno ámbito. Pero algunas de las muchachas quedaron sin aliento en cinco minutos; otras no "podían levantar los brazos por sobre las cabezas; Maud y Nelly rom­pieron varias tiras de sus corsés al intentar inclinarse, y Kitty rodó en su esfuerzo por tocarse las puntas de -los pies sin doblar las rodillas. Sally fue quien mejor salió del paso, pues era de miembros largos, tenía puestas ropas cómodas y estaba llena de entusiasmo.
-Bastante bien, para ser principiantes -declaró la señorita Orne, cuando al fin se detuvieron, ruborizadas y alegres-. Háganlo todos los días con regularidad, y pronto ensancharán el pecho y llenarán los jerseys nuevos con cuerpos firmes y elásticos.

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