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-Ya supongo que no vendrás a ver nuestro rancho, que se convertirá después en ciudad. Aquello resultará demasiado rústico para ti -preguntó Dan tratando de ser deferente con la princesita como lo eran todos los demás chicos.
-Ahora iré a Roma a estudiar unos cuantos años. Todas las bellezas del mundo en el arte están allí encerradas, y la vida de una persona resulta corta para estudiarlas todas - contestó Bess dulcemente.
-¡Roma! Roma es una ciudad vieja y mohosa, comparada con aquellas magníficas montañas; el arte me importa a mí dos cominos; nunca podrás tú encontrar en la ciudad eterna los modelos que te ofrecen aquellas praderas vírgenes, y aquellas gigantescas montañas de formas raras y caprichosas. Mas vale que te vengas con nosotros, y mientras Josie recorre a caballo las inmensas sabanas detrás de las piaras de caballos y búfalos cimarrones, tú puedes entretenerte en modelar lo que más te guste -exclamó Dan con entusiasmo, sintiendo no poder expresarse mejor para pintarles la naturaleza.
-Sí, sí, no te digo que no iré algún día con mi papá, para ver si esos caballos de las praderas son mejores que los de San Marcos. Haz el favor de no burlarte de mis muñecos de barro, y yo haré de modo que me gusten tus montañas, praderas y caballos silvestres -dijo Bess, pensando que acaso no estaba desacertado su amigo.
-¡Trato hecho! Yo creo que toda persona debe conocer bien su país antes de ir a visitar los extranjeros, como si el Nuevo Mundo no valiera nada -dijo Dan dispuesto a ceder y terminar la discusión.
-Pero allí tienen ventajas que nosotros no tenemos; en Inglaterra pueden votar las mujeres, y aquí, vergüenza da el decirlo, en la América libre,
que debe ir a la cabeza de todas las naciones, no tenemos esas ventajas -exclamó Nan, la de las ideas avanzadas en toda clase de reformas, y dispuesta siempre a la polémica.
-Vaya, vaya; no empieces con tus discusiones de siempre. Déjanos tranquilos, aunque no sea más que por esta noche -suplicó Daisy, que odiaba las discusiones tanto más que lo que le gustaban a Nan.
-No hay que afligirse por eso; en nuestra nueva ciudad votarás cuanto quieras, Nan; y serás gobernador, alcalde, concejal y director de sanidad -dijo Dan, sonriente.
Cansados ya de hablar, se pusieron a cantar, y a poco les avisó Mary que estaba la mesa puesta y esperaban a los mayores para comer.