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Hasta hay una vez en que al compositor de Ifigenia, al propio Gluck, por partir antes que el correo. se le confía la comunicación de una de tales íntimas novedades: en el siglo XVIII se consideran aún de un modo plenamente natural las cosas naturales.
Mas ¡si fuese sólo la madre la que conociera aquel secreto fracaso! En realidad. charlan de ello todas las camareras, todas las damas de la corte, los caballeros y los oficiales: los servidores lo saben y las lavanderas del palacio de Versalles: hasta en su propia mesa tiene que soportar el rey alguna broma pesada acerca de ello. Como la capacidad de engendrar de un Borbón, en cuanto a la sucesión del trono, constituye un asunto de alta política, todas las cortes extranjeras se mezclan en el asunto del modo más insistente. En los informes de los embajadores de Prusia, Sajonia. Cerdeña, se encuentran detalladas exposiciones del delicado asunto; el más celoso de todos ellos, el embajador español, el conde de Aranda, hasta llega a hacer examinar las sábanas del lecho real por criados sobornados, para seguir del modo más minucioso la posible pista de todo suceso fisiológi co. Por todas partes. en toda Europa, se ríen y bromean príncipes y reyes. por carta y de palabra. acerca de su inhábil colega; no sólo en Versalles, sino en todo París y en Francia entera, la vergüenza conyugal del rey es el secreto de Polichinela. Se habla de ella en todas las calles, vuela de mano en mano en forma de libelos, y cuando Maurepas es nombrado ministro, cir cula, con general alegría. el descarado couplet siguiente:
Maurepas était impuissant, l
roi l´a rendu plus puissant, l
ministre reconnaissant dit
Pour vous. Sire, c
que je désire d´e
faire autant
Pero lo que suena a broma tiene, en realidad, una significación funesta y peligrosa, pues aquellos siete años de fracaso determinan el carácter moral del rey y de la reina y conducen a consecuencias políticas que serían incomprensibles sin el conocimiento de estos hechos: el hado de un matrimonio se liga aquí con el destino universal.
Resultaría, ante todo, incomprensible la actividad moral de Luis XVI sin el conocimiento de aquel defecto íntimo. Su habi tus humano muestra con claridad absolutamente clínica todos los datos típicos de un sentimiento de inferioridad procedente de una debilidad viril. Lo mismo que en lo privado, también en la vida pública le falta a este «inhibido» la fuerza necesaria para decidirse a actuar. No sabe presentarse en público: no es capaz de mostrar una voluntad, ni mucho menos de imponerla: desmañado, tímido y secretamente avergonzado. huye de toda sociedad en la corte. y especialmente del trato con mujeres.