Las amistades peligrosas (Choderlos de Laclos) Libros Clásicos

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Pero un gran paso que si no me ha conducido hasta el cabo me ha hecho conocer, al menos, oue estoy en el camino, y ha disipado el miedo que tenía de andar descarriado. Al fin he declarado mi pasión y aunque se ha guardado el silencio más absoluto, he recibido acaso la respuesta menos equívoca y más lisonjera. Pero no avancemos sucesos y tomemos la cosa de más arriba.
Usted se acordará de que mis pasos eran espiados; pues he querido que este medio escandaloso procurase la edificación pública, y vea lo que hice. Encargué a mi confidente que buscase en las cercanías algún desvalido que tuviese necesidad de socorros, comisión ésta que no era difícil de cumplir. Ayer, después del mediodía, me informó que en la mañana de hoy debían embargarse los muebles de una familia entera que no podía pagar las contribuciones. Me aseguré de que no hubiese en esta familia ninguna mujer soltera o casada que por su belleza pudiese hacer sospechosa mi acción, y cuando estuve bien cierto de que no era así, declaré mi proyecto a la hora de cenar de ir al día siguiente a cazar. Llegando aquí debo hacer justicia a mi presidenta, pues sin duda sintió algún remordimiento por las órdenes que había dado, y no teniendo bastante fuerza para vencer su curiosidad, la tuvo, sin embargo, para contrariar mi designio. Debía hacer un calor excesivo, me exponía a caer enfermo, no mataría nada, y me cansaría en vano. Durante este diálogo, sus ojos, que hablaban tal vez más de lo que ella quería, daban a entender que deseaba que yo tuviese por buenas sus malas razones. Yo no traté ni un solo momento de rendirme a ellas como usted puede pensar, y aun resistí a una pequeña sátira contra la caza y los cazadores, y a una tintura de mal humor que oscureció durante toda la noche aquel semblante celestial. Temí por un momento que revocase sus órdenes y que su delicadeza me fuese funesta. mas en esto no calculaba la curiosidad de una mujer, y por tanto me engañé. Mi criado me tranquilizó aquella misma noche y me acosté satisfecho.
Al rayar el día me levanté y partí. No había andado unos cincuenta pasos fuera de la casa, cuando veo que un espía me sigue. Empiezo mi caza, y marcho atravesando los campos hacia el lugar donde me había propuesto ir, sin otro placer que el de hacer correr bien al tunante, que, atreviéndose a dejar la ruta, hacía a menudo a toda carrera triple camino que yo.

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