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Piense, señora, que tengo derecho de saber ambas cosas, pues me juzga usted por lo que ellos dicen. No se juzga a un culpado sin decirle su crimen y nombrarle sus acusadores. No pido otra gracia, y me empeño de antemano a justificarme y a obligarlos a desdecirse.
Si he despreciado, tal vez demasiado, el vano clamor de un público de que hago poco caso, no hago lo mismo con vuestra estimación; y cuando dedico mi vida a merecerla, no me la dejaré robar impunemente. Es tanto más preciosa para mí, cuanto por ella lograré que me haga aquella petición que indicó y que usted dijo me daría derecho a su reconocimiento. ¡Ah! lejos de exigirle yo, creo que se la deberé, si me procura la ocasión de hacerle un servicio. Comience, pues, a hacerme más justicia, no dejándome ignorar lo que desea que ejecute. Si pudiese yo adivinarlo, le evitaría el trabajo de decirlo. Al placer de verle agregué mi dicha de complacerla y quedaré satisfecho de su indulgencia. ¿Qué la detiene, pues? No será, a lo menos así lo espero, el temor de una negativa; confieso que no se lo perdonaría nunca. No lo es el no devolverle su carta: deseo más que usted que no me sea ya necesaria; pero acostumbrado a ver en usted un alma tan buena, sólo en esta carta puedo reconocerla conforme quiere parecer a mis ojos. Cuando me asalta el deseo de volver a usted sensible, veo en ella que, antes de consentir, huiría a cien leguas de mí; cuando todo cuanto veo en usted aumenta y justifica mi pasión, esa misma carta me repite que mi amor la ultraja; y cuando al verla, me parece este amor el mayor bien, es preciso que lea lo que me escribe, para conocer que sólo es un terrible tormento. Ahora concibe usted que mi mayor dicha sería poder devolverle esta carta fatal; pedírmela aun, fuera autorizarme a no creer más su contenido, y no dude de la prontitud con que yo se la devolvería.
En..., a 21 de agosto de 17...
CARTA XXXVI
EL VIZCONDE DE VALMONT A LA PRESIDENTA DE TOURVEL (Con el sello de Dijon.)
Muy señora mía: Su severidad aumenta de día en día, y si me atrevo a decírselo, parece que teme usted menos ser injusta, que ser indulgente. Después de haberme condenado sin oirme, ha debido concebir, en efecto, que le sería más fácil no leer mis razones que responder a ellas.