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Creí que ayer iba a estarlo, pero esta mujer no hace nada como las otras. Nos hallábamos en su cuarto cuando se nos avisó que la comida estaba en la mesa. Concluía ella su tocado, y al darse prisa y darme sus excusas, noté que dejaba puesta la llave de su papelera; sabiendo yo además que acostumbraba dejar abierta la puerta de su aposento. Durante toda la comida estaba yo pensando en esto, cuando oí que bajaba su doncella; al instante tomé mi partido, y fingiendo que sangraba por las narices, salí y fuime corriendo a su papelera. Pero hallé todos los cajones abiertos y ni un solo papel en ellos. Sin embargo, no hay ocasiones de quemarlos en verano; ¿qué hace pues de las cartas que recibe a menudo? Todo lo recorrí, todo estaba abierto y busqué por todos los lados, pero nada logré sino convencerme de que este precioso depósito no sale de sus faltriqueras. ¿Cómo sacarlo de ellas? Desde ayer estoy pensando inútilmente el medio y no puedo vencer mi deseo. ¡Ah, cuánto siento no tener el talento de un ratero! ¿No debería éste en verdad formar parte de la educación de un hombre que se ejercita en intrigas? ¿No sería curioso poder robar la carta o el retrato de un rival, o sacar del bolsillo de una hipocritona lo que sirviese para quitarle la máscara? Preciso es confesar que nuestros padres no piensan en nada, y yo por más que piense en todo veo únicamente que soy torpe y que no puedo remediarlo.
Volví a la mesa muy descontento. Mi amada calmó sin embargo un poco mi mal humor con el aspecto de interés que le dio mi fingida indisposición. Yo no dejé de asegurarle que hacía algún tiempo experimentaba violentas agitaciones que alteraban mi salud. ¿No hubiera en verdad debido trabajar para calmarlas?... Pero aunque devota es poco caritativa, y como en punto de limosna amorosa es muy cicatera, me parece que esta propiedad autoriza suficientemente al robo.
Pero, adiós, amiga mía; pues en medio de mi conversación, sólo pienso en aquellas malditas cartas.
En..., a 27 de agosto de 17...
CARTA XLIII
LA PRESIDENTA DE TOURVEL AL VIZCONDE DE VALMONT
¿Por qué, señor mío, se empeña usted en buscar el medio de disminuir mi gratitud? ¿Por qué no quiere obedecerme sino a medias, y anda regateando un honrado proceder? ¿No le basta que yo reconozca su valor? No sólo pide mucho, sino cosas imposibles.