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Adiós, mi bella amiga, hasta mañana, o pasado mañana a más tardar.
De..., a 28 de agosto de 17...
CARTA XLV
LA PRESIDENTA DE TOURVEL A LA SEÑORA DE VOLANGES
Mi señora: El Visconde de Valmont ha partido de aquí esta mañana. Me ha parecido que lo deseaba usted tanto que he creído deber notificárselo. La señora de Rosemonde echa mucho de menos a su sobrino, cuyo trato es preciso convenir en que es muy agradable; ha pasado toda la mañana hablándome de él con la ternura de que sabe usted está dotada, y no paraba de elogiarle. He creído que yo debía tener la complacencia de escucharla sin contradecirla, tanto más cuanto que es preciso confesar que tenía razón en muchas cosas.
Sabía, además, que debía yo acusarme a mí misma el ser la causa de esta separación sin esperanza de poderla desquitar del gusto de que la privaba. Sabe usted que no soy muy alegre de mi natural, y el género de vida que aquí llevamos no es hecho para mudar de carácter.
Si no fuera por seguir sus consejos, temería haber obrado ligeramente; pues en realidad me ha sido muy sensible la pena de mi respetable amiga; me ha conmovido en términos que con gusto hubiera mezclado mis lágrimas con las suyas.
Quédanos ahora la esperanza de que usted aceptará el convite que el señor de Valmont debe hacerle de parte de la señora de Rosemonde de venir a pasar algún tiempo en su compañía. Cree que no dudará cuán agradable me será y en realidad nos debe usted esta compensación. Celebraré mucho tener esta ocasión de conocer más pronto a la señorita de Volanges, y de hallarme en situación de poder convencer a usted de los sentimientos respetuosos con que soy su más atenta servidora, etc.
En..., a 29 de agosto de 17...
CARTA XLVI
EL CABALLERO DANCENY A CECILIA VOLANGES
¿Qué le pasa, mi Cecilia adorable? ¿Quién ha podido causar en usted una mudanza tan cruel? ¿Dónde ha ido el juramento que me hacía de ser constante hasta la muerte? ¡Ayer mismo lo reiteraba con tanto gusto! ¿Qué puede hacer que hoy lo olvide? Por más que examino mi conducta no puedo hallar en ella la causa, y es imposible que la busque en la suya. No; usted no es ligera ni engañosa, y, aun en este mismo instante en que me desespero, no admito que una sospecha ofensiva envilezca mi corazón.