Historia de la Conquista del Perú y de Pizarro (Henri Lebrún) Libros Clásicos

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promesas de Pizarro, y dispusiéronse con afán a seguir al enviado del
gobernador.
En aquel momento decisivo el comandante, que veía desvanecerse de una
sola vez sus sueños [44] de gloria y de fortuna, recorrió a una de esas
resoluciones que, hiriendo la imaginación de los hombres, acaban muchas
veces por arrastrarlos. Pizarro reunió a sus soldados, y sacando su espada
trazó una línea en la arena, diciendo en tono firme y resuelto:
«Españoles, esta línea es el emblema de las fatigas, de los peligros, de
los innumerables sufrimientos que tenéis que arrostrar para cumplir
vuestra gloriosa empresa. Que los que se creen bastante animosos y
magnánimos; que los que ambicionan la gloria de las conquistas pasen esta
línea. Que los que no quieren sacrificar el bienestar presente al renombre
y a la fortuna futura vuelvan a Panamá. Yo permaneceré aquí, y con el
auxilio de mis bravos compañeros, por pocos que sean, proseguiré mi
comenzada empresa, convencido de que con la ayuda de Dios y una
perseverancia infatigable, nuestros esfuerzos se verán coronados de un
feliz resultado.»
Apenas hubo acabado de hablar cuando sus soldados, aprovechando el
permiso que se les daba corrieron a embarcarse al momento, temerosos de
que el comandante cambiase de resolución. Sólo trece de ellos tuvieron el
valor y noble energía de pasar la línea, protestando que unidos a su jefe
le seguirían hasta la muerte. Los historiadores nos han transmitido los
nombres de estos héroes. A ellos, a su invencible resolución debiéronse el
descubrimiento y la conquista [45] del Perú. Pizarro manifestó con
lágrimas en los ojos su agradecimiento a tan generosos y fieles
compañeros, y prometioles que serían dignamente recompensados si salían
bien de su empresa. Con sus trece amigos y con el auxilio de una pequeña
barca pasó a la isla de la Gorgona que, estando desierta y apartada de la
costa, le pareció un asilo cual le convenía. Allí resolvió aguardar los
refuerzos que no podían dejar sus asociados de enviarle en cuanto tuviesen
noticia de su heroica resolución.
En efecto, no anduvieron Almagro y Luque remisos en servirle, y sus
pretensiones fueron secundadas por la opinión de toda la colonia; decíase
que era vergonzoso dejar perecer como criminales en una isla desierta a

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