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.. El ágape, en definitiva, fue soberbio. Comí más de lo aconsejable para un hombre de mi quebradiza salud y supliqué a mi amante que, como aún quedaba tiempo, me concediera el placer de su compañía en la cama durante una mísera hora, puesto que la llegada de su marido estaba prevista para dentro de dos. Accedió, no de muy bien grado. Nos acostamos. Prolongamos el éxtasis de la cena. Nos quedamos dormidos. Con tal celeridad, debo añadir, que sólo nos pudieron despertar los alaridos de su marido.
-Y os mató, ¿eh? -dijo Oladahn.
-En cierto modo. Salté de la cama. No tenía espada. Carecía de motivos para matarle, puesto que él era la parte ofendida (siempre he tenido un gran sentido de la justicia). Salté por la ventana y salí corriendo. Desnudo. Llovía a raudales. Ocho kilómetros distaba mi alojamiento. El resultado, por supuesto, fue pulmonía.
Oladahn rió y su alegría estremeció a Hawkmoon.
-¿De la cual fallecisteis?
-De la cual, para ser preciso, si ese oráculo tan peculiar está en lo cierto, estoy muriendo, mientras mi espíritu aguarda en una colina azotada por los vientos, no mucho mejor que yo, a lo que parece.
D´Averc se acercó a las ruinas, a menos de un metro y medio de donde Hawkmoon estaba acuclillado.
-¿Cómo fallecisteis vos, amigo mío?
-Me caí de una roca.
-¿Estaba muy alta?
-No, unos tres metros.
-¿Y os matasteis?
-No, fue el oso lo que me mató. Estaba esperando abajo.
Oladahn volvió a reír.
Y Hawkmoon experimentó una nueva punzada de dolor.
-Yo morí a consecuencia de la plaga scandiana -dijo Bowgentle-, o moriré de ella.
-Y yo en una batalla contra los elefantes del rey Orson, en Tarkia -afirmó el que creía ser el conde Brass.
Hawkmoon tuvo la fuerte impresión de que unos actores estaban ensayando sus escenas. Habría creído que eran actores, de no ser por sus inflexiones, sus gestos, su forma de expresarse. Existían pequeñas diferencias, pero ninguna capaz de despertar la sospecha en Hawkmoon de que aquellos no eran sus amigos. Sin embargo, al igual que el conde Brass no le había reconocido, ocurría lo mismo entre ellos.
Hawkmoon empezaba a sospechar la posible verdad cuando salió de su escondite y fue a su encuentro.
-Buenas noches, caballeros. -Hizo una reverencia-. Soy Dorian Hawkmoon de Colonia. Os conozco a los tres: Oladahn, Bowgentle, D´Averc, y también conocemos al conde Brass. ¿Habéis venido a matarme?
-A discutir si es preciso -dijo el conde Brass, acomodándose sobre una roca plana-. Me considero un buen juez de hombres. De hecho, soy un juez excepcional, o no habría sobrevivido tanto tiempo.