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Entretanto, la vaguedad persiste, y los límites de variación son en realidad mucho más amplios de lo que nadie pudiera deducir de lo similar del peinado femenino o las historias de amor en prosa y verso que prefieren las mujeres. Aquí y allí un cisne se cría, incómodo, entre los patitos del parduzco estanque y no halla jamás el riachuelo vivo en compañía de los otros de su especie de pies de remo. Aquí y allí nace una Santa Teresa, fundadora de nada, cuyo tierno palpitar de corazón y llanto por un bienhacer inalcanzado se va calmando y se dispersa entre los obstáculos, en lugar de concentrarse en un hecho que perdure largos años en el recuerdo.
LIBRO PRIMERO
LA SEÑORITA BROOKE
CAPÍTULO PRIMERO
«Ya que ningún bien puedo hacer por ser mujer,
Aspiro constantemente a lo que más se asemeja.»
(La tragedia de la doncella, BEAUMONT y FLETCHER.)
A señorita Brooke poseía ese tipo de hermosura que parece quedar realzada por el atuendo modesto. Tenía las manos y las muñecas tan finas que podía llevar mangas no menos carentes de estilo que aquellas con las que la Virgen María se aparecía a los pintores italianos, y su perfil, así como su altura y porte, parecían cobrar mayor dignidad a partir de su ropa sencilla, la cual, comparada con la moda de provincias, le otorgaba la solemnidad de una buena cita bíblica -o de alguno de nuestros antiguos poetas- inserta en un párrafo de un periódico actual. Solían hablar de ella como persona de excepcional agudeza, si bien se añadía que su hermana Celia tenía más sentido común. Sin embargo, Celia apenas llevaba más perifollos y sólo el buen observador percibía que su vestimenta difería de la de su hermana y que su atuendo tenía un punto de coquetería; pues el sencillo vestir de la señorita Brooke se debía a una mezcla de circunstancias, la mayoría de las cuales compartía su hermana. El orgullo de ser damas tenía algo que ver con ello: los parientes de las Brooke, con todo y no ser exactamente aristócratas, eran indudablemente «buenos» y aunque se rastreara una o dos generaciones atrás, no se descubrían antepasados menestrales o tenderos, ni nada inferior a un almirante o un clérigo; incluso existía un ascendiente discernible como caballero puritano a las órdenes de Cromwell(1), que posteriormente claudicó y se las arregló para salir de los conflictos políticos convertido en el propietario de una respetable hacienda familiar.