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No era una gran colección, pero algunas de las piezas eran de una extraordinaria belleza, siendo a primera vista las más hermosas un collar de amatistas malvas con un exquisito trabajo de engarce en oro, y una cruz de nácar con cinco brillantes incrustados. Dorothea al punto cogió el collar y lo abrochó en torno al cuello de su hermana, que ciñó con casi la misma precisión de un brazalete; pero el redondel favorecía la cabeza y el cuello de Celia, al estilo Enriqueta-María, y ella misma comprobó que así era en el espejo de cuerpo entero que tenía enfrente.
¡Ahí tienes, Celia! Te lo puedes poner con el vestido de muselina india. Pero esta cruz debes ponértela con los trajes oscuros.
Celia intentaba no sonreír de placer.
-¡Pero Dodo, no, la cruz te la tienes que quedar tú! -No, no, cariño, ni hablar -dijo Dorothea, levantando la mano con despreocupada indiferencia.
-Pero claro que sí; te quedaría bien con tu traje negro -insistió Celia-. Tratándose de una cruz, tal vez sí que te la pusieras.
-Ni pensarlo. Lo último que me pondría como adorno sería una cruz -y Dorothea se estremeció levemente. -En ese caso verás mal que me la ponga yo -dijo Celia con cierta vacilación.
-En absoluto -dijo Dorothea acariciándole la mejilla a su hermana-. Las almas también tienen tez: lo que favorece a una puede no sentarle bien a otra.
-Pero tal vez te gustaría quedártela, como recuerdo de mamá.
-No, tengo otras cosas suyas: su caja de madera de sándalo que me gusta tanto, y muchas otras cosas. Pensándolo bien, quédate todas las joyas. No hace falta que lo hablemos más. Ten, llévate tus posesiones.
Celia se sintió un poco herida. Había una fuerte presunción de superioridad en esta tolerancia puritana, apenas menos molesta para la mórbida carne de una hermana poco entusiasta que una persecución del mismo signo religioso.
-¿Pero cómo voy a ponerme yo joyas si tú, que eres la hermana mayor, no las vas a llevar nunca?
-Pero Celia, ¿no ves que obligarme a llevar joyas para que tú estés contenta es pedir demasiado? Si me tuviera que poner un collar como ése me sentiría como si hubiera estado haciendo piruetas. El mundo giraría conmigo y no sabría cómo andar.
Celia se había desabrochado y quitado el collar.
-A ti te quedaría un poco demasiado prieto; té iría mejor algo plano, que colgara -dijo con un punto de satisfacción.