Middlemarch, Un estudio de la vida de las Provincias (George Eliot) Libros Clásicos

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Tal es, mi estimada señorita Brooke, la exacta declaración de mis sentimientos, y confío en su indulgencia al osar ahora preguntarle hasta qué punto los suyos son de naturaleza tal que confirmen mi gozoso presentimiento. Consideraría el mayor de los regalos de la providencia el que me aceptara como su esposo y guardián terrenal de su bienestar. A cambio, puedo al menos ofrecerle un cariño no disipado hasta el momento y la fiel dedicación de una vida que, por muy corta que haya sido en resultados, no contiene páginas anteriores en las que, si desea remitirse a ellas, pudiera hallar constancia de nada que justificadamente la entristeciera o avergonzara. Aguardo la manifestación de sus sentimientos con un ansia que correspondería a la sabiduría (de ser ello posible) distraer mediante una labor más ardua que la usual. Pero en este orden de experiencias soy aún joven, y, al columbrar una posibilidad desfavorable, no puedo por menos que sentir que resignarse a la soledad será más difícil tras la iluminación temporal de la esperanza. Cualquiera que sea el desenlace, siempre tendrá usted mi sincera devoción.
EDWARD CASAUBON.»
Dorothea tembló mientras leía esta carta; luego cayó de rodillas, escondió el rostro y se echó a llorar. No podía rezar ante la riada de solemne emoción en la que los pensamientos se tornaban vagos y las imágenes flotaban inciertas; sólo podía abandonarse, con el sentimiento infantil de descansar sobre el regazo de una conciencia divina que sostenía la suya propia. Así permaneció hasta la hora de vestirse para la cena. ¿Cómo podía ocurrírsele examinar la carta, observarla críticamente como profesión de amor? Toda su alma estaba poseída por el hecho de que una vida más amplia se abría ante ella: era una neófita a punto de entrar en un grado más alto de iniciación. Iba a tener espacio para las energías que se removían inquietas bajo la nebulosidad y presión de su propia ignorancia y la nimia perentoriedad de los hábitos del mundo.

Ahora podría dedicarse a obligaciones grandes, pero al tiempo concretas; ahora se le permitiría vivir continuamente a la luz de una mente que pudiera reverenciar. En esta esperanza no estaba ausente el destello del gozo orgulloso -la jubilosa sorpresa juvenil de ser elegida por el hombre al que había escogido su admiración. Toda la pasión de Dorothea se vio trasegada a través de una mente que luchaba por conseguir una vida ideal.

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