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que posee no le bastarán para cumplir bien? No, sin duda, porque al lado
de estas dos cualidades eminentes puede tener pasiones desenfrenadas. Si
los hombres, hasta cuando se trata de sus propios intereses, que estiman y
conocen, no se sirven muy bien a sí propios, ¿quién responde de que,
cuando se trata de intereses públicos, no harán lo mismo?
En general, conforme a nuestras teorías, todo lo que contribuye
mediante la ley al sostenimiento del principio mismo de la constitución es
esencial a la conservación del Estado. Pero lo que más importa, como
repetidas veces hemos dicho, es hacer que sea más fuerte la parte de los
ciudadanos que apoya al gobierno que el partido de los que quieren su
caída. Es preciso, sobre todo, guardarse mucho de despreciar lo que en la
actualidad todos los gobiernos corruptos desprecian, que es la moderación
y la mesura en todas las cosas. Muchas instituciones que en apariencia son
democráticas son precisamente las que arruinan la democracia; y muchas
instituciones que parecen oligárquicas destruyen la oligarquía. Cuando se
cree haber encontrado el principio único verdadero en política, se le
lleva ciegamente hasta el exceso, en lo cual se comete un grosero error.
En el rostro humano, la nariz, aunque se separe de la línea recta, que es
la forma más bella, y se aproxime un tanto a la aguileña o a la roma,
puede, sin embargo, tener un aspecto bastante bello y agradable; pero si
se lleva al exceso esta desviación, por lo pronto se quitaría a esta
facción las proporciones que debe tener y perdería, al cabo, toda
apariencia de nariz, a causa de sus propias dimensiones, que serían
monstruosas, y de las dimensiones excesivamente pequeñas de las facciones
que la rodean; observación que lo mismo podría aplicarse a cualquier otra
parte de la cara. Lo mismo sucede absolutamente con toda clase de
gobiernos. La democracia y la oligarquía, al alejarse de la constitución
perfecta, pueden constituirse de manera que puedan sostenerse; pero si se