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La generación actual alardeaba de un vergonzoso despechugamiento tanto en las actitudes como en las demás cosas.
Rodeada de una aureola de honestidad y de rígidos principios, miss Brent, en aquel vagón de tercera clase, abarrotado de viajeros, triunfaba de la falta de «confort» y del calor. En estos tiempos las gentes ven obstáculos por todas partes. Se prefiere una inyección antes de dejarse arrancar una muela... se toma un soporífero si el sueño no llega... se arrellanan en las butacas entre los cojines... y las muchachas medio desnudas, se exhiben en las playas durante el verano.
Miss Brent, con los labios fruncidos, hubiera querido dar una lección a ciertas gentes.
Ella recordaba sus vacaciones del año anterior. Este año sería diferente. La isla del Negro...
En su imaginación releía una vez más la carta tan frecuentemente recorrida y que ya se sabía de memoria:
Querida miss Brent:
Quiero creer que se acordará de mí. Hace algunos años pasamos juntas el mes de agosto en una pensión familiar en Bellhaven... ¡Y nos descubrimos tantos gustos comunes!
En este momento tengo en marcha establecer una pensión parecida en una isla a lo largo de la costa del Devon. Siempre he pensado que para alcanzar el éxito en esta clase de empresas era preciso una prima sencilla, pero excelente y la presencia de una persona amable de la vieja escuela. ¡Yo estaría encantada si quisiera hacer sus preparativos para venir a pasar estas vacaciones de verano en la isla del Negro, sin retribución alguna tan sólo a título de invitada! ¿A principios de agosto, le convendría...? ¿Y si fijásemos el día 8?
Con mis mejores recuerdos, sinceramente suya,
U. N. O.
¿Qué nombre sería éste? La firma aparecía casi ilegible, Emily Brent tenia poca paciencia y se hizo esta observación:
«¡Tanta gente firma tan mal con su nombre que no hay medio de descifrarlo...!»
Y esto pensando, pasó revista a los huéspedes de Bellhaven, donde hacía más de dos años ella había pasado el verano... Había una gentil mujer, de edad madura, señora... señora... veamos, ¿Cómo se llamaba...? Era hija de un canónigo y después aquella miss Olton... Ormen... no decididamente se llamaba Oliver. Sí, si, estaba bien segura, miss Oliver.
¡La isla del Negro! Se había hablado mucho en los periódicos... a propósito de una actriz de cinema... ¿o quizás mejor de un millonario americano? Total: una isla no cuesta un ojo de la cara y tampoco es del gusto de todos.