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Si lo que me imagino resulta ser cierto, necesitaremos de toda la maquinaria de la ley.
Esto cambiaba en cierta manera el cariz del asunto y me puse sin más a su disposición.
Un suave color rosado coloreó sus mejillas.
-Gracias, monsieur. Lo que pretendo que usted investigue es la muerte del señor Paul Déroulard.
-Comment? -exclamé, sorprendido.
-Monsieur, no tengo nada en que apoyarme... nada, salvo mi instinto femenino, pero estoy convencida, le repito, convencida, ¡de que el señor Déroulard no falleció de muerte natural!
-Sin embargo, seguramente los médicos...
-Los médicos pueden estar equivocados. Era tan robusto, tan fuerte. Ah, monsieur Poirot, le suplico que me ayude...
La pobre niña estaba casi fuera de sí. Se habría hincado de rodillas ante mí. La calmé lo mejor que supe.
-Le ayudaré, mademoiselle. Casi le aseguraría que sus temores son infundados, pero ya veremos. Primero, le ruego que me describa a los residentes de la casa.
-Están, claro, las sirvientes: Jeannette, Félicie y la cocinera Denise. Ésta hace muchos años que sirve en la casa; las otras son muchachas venidas del campo. También contamos con François, pero también él es un antiguo criado. Luego la madre de monsieur Déroulard, que vivía con él, y yo; misma. Me llamo Virginie Mesnard. Soy prima, pobre, de la difunta madame Déroulard, la esposa del señor Paul, y he convivido con ellos durante más de tres años. Además, en la casa teníamos a dos invitados.
-¿Quiénes eran?
-El señor de Saint Alard, un vecino del señor Déroulard en Francia. Y un amigo inglés: el señor John Wilson.
-¿Siguen todavía con ustedes?
-El señor de Saint Alard se fue ayer.
-¿Y cuál es su plan, mademoiselle Mesnard?
-Si quiere puede presentarse en casa dentro de media hora; habré preparado una excusa para justificar su presencia. Creo que lo mejor es hacerle pasar por una persona más o menos relacionada con el periodismo. Diré que ha venido de París, con una tarjeta de presentación de parte del señor de Saint Alard. Madame Déroulard está muy delicada de salud y apenas prestará atención a los detalles. Gracias al ingenioso pretexto de mademoiselle fui admitido en la casa, y tras una breve entrevista con la madre del diputado fallecido, una señora de magnífica presencia y porte aristocrático, aunque era evidente su precaria salud, se puso la casa a mi disposición. Me pregunto, amigo mío -prosiguió Poirot-, si puede hacerse una idea de las dificultades de mi tarea.