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El doctor Wilson advirtió que aquella expresión no correspondía ya a mi segunda personalidad. Más bien parecía como si recobrara mi identidad primitiva. Alrededor de las once y media murmuré unas cuantas palabras incomprensibles, sin relación alguna con ningún lenguaje humano. Daba la sensación de que me revolvía contra algo. Luego, justo después de mediodía, cuando ya habían regresada el ama de llaves y la criada, empecé a decir en inglés:
-...De las economistas ortodoxos de ese periodo, Jevons representa la tendencia predominante a establecer correlaciones científicas. Su intento de relacionar el ciclo económico de prosperidad y crisis con el ciclo físico de las manchas solares constituye, sin embargo, la cúspide de...
Nathaniel Wingate Peaslee había regresado; según su tiempo vital todavía se hallaba en una mañana de 1908, ante sus alumnos de economía política que le escuchaban con atención.
II
Mi reintegración a la vida normal fue larga, dolorosa y difícil. Perder cinco años crea más complicaciones de las que se pueden imaginar, y en mi caso, quedaba además un sinnúmero de cuestiones por resolver.
Lo que me contaron sobre mis actividades posteriores a 1908 me dejó anonadado, pero traté de considerar el asunto lo más filosóficamente posible. Finalmente, una vez lograda la custodia de mi hijo Wingate, me instalé con él en mi casa de Crane Street y procuré reanudar mis tareas docentes, ya que la Facultad me había ofrecido cariñosamente mi antigua cátedra.
Me incorporé a mi trabajo en febrero de 1914, y a él me dediqué durante un año. En este tiempo me di cuenta de que, después de aquel largo periodo de amnesia, yo no era el de antes. Aunque me hallaba mentalmente sano -así lo creía, al menos-, y conservaba íntegra mi propia personalidad, había perdido el vigor y la energía de otros tiempos. Continuamente me acosaban sueños vagos y extrañas ideas, y cuando el estallido de la Guerra Mundial orientó mi interés hacia temas históricos, me di cuenta de que consideraba las épocas y las acontecimientos de manera sumamente extraña.
Mi concepción del tiempo -mi capacidad para distinguir entre sucesión y simultaneidad- había sufrido una sutil alteración, de modo que me forjaba quiméricas ideas sobre la posibilidad de vivir en una época determinada y proyectar mi espíritu por toda la eternidad, para conocer las edades pasadas y futuras.
La guerra originó en mí extrañas impresiones: era como si recordarse algunas de sus últimas consecuencias, como si supiera cuál iba a ser su desenlace, y pudiera contemplar retrospectivamente los hechos que se desarrollaban en el presente.