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Se impedía que dañase el cuerpo que ocupaba, y se le extraían todos los conocimientos útiles por medio de interrogatorios especiales, que a menudo se realizaban en su propia lengua, cuando la Gran Raza era capaz de expresarse en ella, merced a anteriores exploraciones del futuro.
Si el espíritu secuestrado provenía de un cuerpo cuyo idioma no podía reproducir la Gran Raza por falta de órganos adecuados, se recurría a unas máquinas ingeniosísimas, en las cuales era posible reproducir cualquier lengua extraña como en un instrumento musical.
Los miembros de la Gran Raza eran como enormes conos rugosos de unos cuatro metros de altura y tenían la cabeza y los demás órganos situados en el extremo de unos tentáculos retráctiles que les nacían en el mismo vértice del cono. Se comunicaban entre sí por medio de castañeteos y roces ejecutados con las garras o pinzas en que terminaban dos de sus cuatro miembros tentaculares, y avanzaban dilatando y contrayendo una capa muscular viscosa situada en la parte inferior de sus bases, de unos tres metros de diámetro.
Una vez disipado el aturdimiento del espíritu cautivo, y -suponiendo que viniese de un cuerpo totalmente distinto a los de la Gran Raza- perdido ya el horror por la forma extraña de su nuevo cuerpo provisional, se le permitía estudiar su situación y adquirir la portentosa sabiduría de esa raza.
Con las debidas precauciones, y a cambio de determinados servicios, se le permitía recorrer aquel extraño mundo en gigantescas aeronaves o en inmensos vehículos semejantes a embarcaciones atómicas que surcaban las grandes carreteras, y penetrar libremente en las bibliotecas que guardaban documentos sobre el pasado y el futuro del planeta.
Esto reconciliaba a muchos espíritus cautivos con su destino. Y no era de extrañar, puesto que se trataba únicamente de inteligencias muy elevadas, para las cuales el descubrimiento de los misterios insondables de la Tierra -capítulos concluidos de un pasado inconcebiblemente remoto y torbellinos vertiginosos del tiempo por venir- constituye siempre, a pesar de los horrores que puedan salir a la luz, la suprema experiencia de la vida.
En ocasiones, algunos eran autorizados a reunirse con otras inteligencias cautivas procedentes del futuro; de este modo, era posible cambiar impresiones con otros seres inteligentes de cien mil o un millón de años antes o después de sus propias épocas. Y a todos se les invitaba a escribir, cada uno en su lengua, detallados informes de sus respectivos periodos, los cuales pasaban a engrosar los grandes archivos centrales.