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Poca cosa diré aquí sobre mis visiones posteriores a 1914, ya que existen datos e informes a disposición de los que deseen consultarlos. Es evidente que, con el tiempo, iba disminuyendo de algún modo la inhibición de mi memoria, puesto que la extensión de mis visiones fue gradualmente en aumento, aunque seguían siendo fragmentos incoherentes, inmotivados al parecer.
En mis sueños me pareció adquirir una mayor libertad de movimientos. Flotaba a través de muchos y extraños edificios de piedra, yendo de unos a otros por unos pasadizos subterráneos de inmensas proporciones que parecían constituir su vía de acceso habitual. A veces, en el piso de los recintos inferiores, me tropezaba con aquellas gigantescas trampas selladas, de las cuales emergía un aura de amenaza.
Veía también unos estanques enormes, pavimentados de mosaico, y unas estancias repletas de curiosos e inexplicables utensilios de mil clases diferentes. Recorría cavernas colosales que contenían maquinarias complicadas, cuyos contornos me resultaban enteramente desconocidos y que producían un ruido que llegué a percibir solamente después de soñar con ellas durante muchos años. Quiero hacer constar aquí que la vista y el oído son los dos únicos sentidos que he utilizado en ese mundo de quimeras.
El verdadero horror comenzó en mayo de 1915, cuando vi por primera vez un ser vivo. Esto sucedió antes de que mis estudios pusieran de manifiesto lo que cabía esperar de aquella mezcla de pura ficción y de historias clínicas. Al disminuir mis barreras mentales, empecé a distinguir grandes masas vaporosas en distintas partes del edificio y en las calles.
Las visiones se hicieron más consistentes y nítidas, hasta que por fin fui capaz de percibir sus monstruosos perfiles con inquietante facilidad. Eran algo así como unos conos enormes, iridiscentes, de unos tres o cuatro metros de .altura y otros tantos de diámetro en sus bases; parecían hechos de alguna sustancia rugosa y semielástica. De su vértice nacían cuatro tentáculos flexibles, cilíndricos, de unos treinta centímetros de espesor, y de la misma sustancia rugosa que el resto.
Estos tentáculos se retraían a veces hasta casi desaparecer; otras veces, se alargaban hasta alcanzar cuatro metros de longitud. Dos de ellos terminaban en enormes garras o pinzas. En el extremo del tercero había cuatro apéndices rojos en forma de trompetas. El cuarto terminaba en un globo irregular amarillento, de medio metro de diámetro, provisto de tres grandes ojos oscuros situados horizontalmente en su mitad.