Página 29 de 65
Después, al concluir el ciclo de la Tierra, sus espíritus emigrarían nuevamente a través del tiempo y el espacio, y se alojarían en los cuerpos de unos seres bulbosos y vegetales que habitan el planeta Mercurio. Pero aun después de su emigración, nacerían especies nuevas que se aferrarían patéticamente a nuestro planeta ya frío, y abrirían galerías hasta su mismo centro, antes del desenlace final.
Entre tanto, en mis sueños -impulsado en parte por mi propio deseo, y en parte por las promesas que se me habían hecho de concederme mayor libertad de movimiento y más oportunidades de estudio-, seguía escribiendo infatigablemente la historia de mi propia época, que habría de enriquecer la biblioteca central de la Gran Raza. Esta biblioteca se albergaba en una colosal estructura subterránea, próxima al centro de la ciudad. La llegué a conocer perfectamente gracias a mis frecuentes consultas y visitas.
Concebido para durar tanto como la misma raza que lo construyera, y para resistir las más violentas convulsiones de la tierra, este titánico archivo sobrepasaba a todos los demás edificios en tamaño y solidez.
Los documentos, escritos o impresos en grandes hojas de una especie de celulosa extraordinariamente resistente, estaban encuadernados en volúmenes que se abrían por su parte superior y se guardaban en estuches individuales de un metal grisáceo, inoxidable e increíblemente ligero. Cada estuche estaba decorado con motivos matemáticos y llevaba el título grabado en los jeroglíficos curvilíneos de la Gran Raza.
Los volúmenes, así protegidos, estaban ordenados en hileras de cofres rectangulares, fabricados con el mismo metal inoxidable, que se cerraban mediante un complicado sistema de cerrojos, La historia que yo estaba escribiendo tenía ya asignado un lugar en uno de los cofres de la parte inferior, reservada a los vertebrados, en la sección dedicada a las civilizaciones de la humanidad y de las razas reptilianas y peludas que le habían precedido en nuestro planeta.
Ningún sueño me proporcionó un cuadro completo de la vida cotidiana de ese mundo. Sólo capté retazos brumosos e inconexos que ni siquiera guardaban orden de sucesión. Tengo, por ejemplo, una idea muy imprecisa de la forma en que se desarrollaba mi propia vida en el mundo de los sueños; sin embargo, me parece que tenía una gran habitación de piedra para mi uso personal. Mis limitaciones como prisionero fueron desapareciendo gradualmente, de forma que algunas noches soñé que viajaba por las titánicas calzadas de la selva y que visitaba ciudades extrañas y exploraba las enormes torres sin ventanas, las torres negras y ruinosas que tan extraordinario terror inspiraban a la Gran Raza.