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Pensé en las cámaras tenebrosas, en los corredores y los planos inclinados, tal como los había visto en mis sueños. ¿Estaría abierto aún el paso a los archivos centrales? Al evocar los terribles documentos que una vez estuvieron guardados en aquellos estuches de metal inoxidable, me sentí de nuevo impulsado por la fuerza del destino.
Según mis sueños y las leyendas que conocía, allí había reposado toda la Historia pasada y futura del continuo tempo-espacial, redactada por espíritus capturados en todo el orbe y en todas las épocas del sistema solar. Puro delirio, por supuesto; pero ¿acaso no acababa de sumergirme en un mundo fantasmagórico, tan loco como yo?
Pensé en los estantes metálicos y en sus curiosas cerraduras, que sólo se abrían tras complicados giros de sus manivelas. Incluso me vino a la memoria el mío de manera muy vívida. ¡Cuántas veces había llevado a cabo aquella complicada rutina de giros y presiones, en la sección del último sótano, dedicado a los vertebrados terrestres! Cada detalle me resultaba reciente y familiar.
De encontrar algún cofre como los de mis sueños, sería capaz de abrirlo en un momento... Y entonces perdí completamente el juicio. La locura se apoderó de mí, y saltando por encima de los escombros, tropezando en la oscuridad, me lancé en busca de la rampa que -bien lo sabía yo- conducía a las profundidades inferiores.
VII
A partir de ese momento mis impresiones son muy poco fidedignas. Realmente aún abrigo la desesperada esperanza, por así decir, de que todo haya sido un sueño, una horrenda fantasmagoría provocada por el delirio. Me acometió un furioso ataque de fiebre; todo lo veía como a través de una especie de neblina y, a veces, incluso de manera intermitente.
Los rayos de mi linterna se proyectaban débilmente en el abismo de las tinieblas, revelando retazos fugaces, horriblemente familiares, de muros y cinceladuras deteriorados por el paso de los siglos. En un sitio se había derrumbado una enorme porción de bóveda, de manera que hube de trepar por encima del montón de escombros, que casi llegaba hasta el destrozado techo.
Avanzaba en un increíble estado de enajenación empeorado aún más por aquel rapto de furia. Una cosa me resultaba extraña, y eran mis propias dimensiones en relación con el tamaño de la construcción. Me sentía oprimido por un inusitado sentimiento de pequeñez; como si, vistas desde un cuerpo humano, aquellas paredes ciclópeas tomaran un carácter nuevo y anormal.