La sombra del desván (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

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LA SOMBRA DEL DESVÁN
H. P. LOVECRAFT Y AUGUST DERLETH


Mi tío abuelo Uriah. Garrison no era hombre a quien conviniera contrariar. Moreno, de cejas enmarañadas y revuelto cabello negro, cuando yo era niño su cara me aterrorizaba en sueños. Sólo tuve trato con él durante mi infancia. Mi padre se peleó con él y murió en circunstancias extrañas, asfixiado en la cama, a unas cien millas de Arkham, que es donde vivía mi tío abuelo. Mi tía Sofía le maldijo, y también murió al poco tiempo, como si algo invisible la hubiera empujado por unas escaleras. ¿Cuántos casos más habrá habido como éstos? ¿Quién sabe? Nadie se atrevía a hablar, sino en voz baja y temerósa, de los poderes tenebrosos que obedecían a Uriah Garrison.
Tampoco podría nadie determinar qué proporción de cotilleo supersticioso, infundado y malévolo había en lo que se contaba de él. No le volvimos a ver desde que murió mi padre, pues mi madre odiaba a su tío y le siguió odiando hasta la muerte, lo que demuestra que jamás se llegó a olvidar de él. Tampoco yo me olvidé ni de él ni de su casa, que tenía un tejado picudo y estaba en Aylesbury Street, en una zona de las afueras de Arkham que se extiende al sur del río Miskatonic, no lejos de la Colina del Ahorcado, coronada por un frondoso cementerio. Por cierto que el Arroyo del Ahorcado cruzaba las tierras de la finca, que también estaban cubiertas de espeso arbolado, como el cementerio de la colina. Nunca olvidaré la sombría mansión donde vivía él solo - si exceptuamos a alguien que iba por la noche a arreglarle la casa-, ni sus estancias de techos altísimos, ni el desván solitario y oscuro que todos rehuían incluso de día y donde estaba terminantemente prohibido entrar con una linterna u otra luz cualquiera-, ni sus ventanas emplomadas que miraban a un panorama de árboles y matorrales, ni las puertas de montante semicircular. Era el tipo de casa que nunca deja de ejercer un sombrío hechizo sobre las mentes juveniles e impresionables. A mí me provocaba siniestras fantasías y a veces sueños terroríficos de los que despertaba violentamente para correr a refugiarme junto a mi madre. Una noche inolvidable me equivoqué de camino y me topé con el extraño rostro inexpresivo y lejano de la mujer que venia a cuidar la casa.

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