La sombra del desván (Howard Phillips Lovecraft y August Derleth) Libros Clásicos

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En realidad debería haber pensado que, en tal caso, lo normal habría sido verlo en sueños y no despierto. Pero en aquel momento estaba incluso dispuesto a poner en duda que me hallaba despierto. Tuve que pensar qué hacía yo allí en la escalera y recordé a la mujer de la limpieza.
Sentí el impulso de refugiarme en mi cuarto y meterme en la cama, pero lo reprimí y seguí adelante.
En la cocina había luz. A juzgar por el resplandor, debía ser un quinqué puesto al mínimo. Avancé en silencio hasta la puerta y me quedé inmóvil en un punto desde donde podía ver el interior.
Allí estaba la mujer, limpiando, como siempre. Ahora era el momento de abordarla directamente y rogarle que explicara su presencia.
Pero algo me lo impidió. En aquella mujer había algo que me repelía. Se agitó el fondo de mi memoria y recordé a aquella otra mujer que había visto allí en mis años infantiles. Poco a poco, pero con certeza, me fui dando cuenta de que las dos eran la misma. Su faz impasible e inexpresiva no había cambiado en más de veinte años, sus movimientos seguían siendo mecánicos ¡y hasta parecía que llevaba el mismo vestido!
¡Además, sabía intuitivamente que su cuerpo era el que había sentido junto a ml la noche antes!
Cada vez me disgustaba más le idea de abordarla. Pero me obligué a entrar en la habitación, crucé el umbral de la puerta y me detuve, a punto de pedirle explicaciones.
Las palabras no llegaron a salir de mis labios. La mujer se volvió. Durante unos instantes nuestras miradas se cruzaron y en sus ojos vi sendos pozos de fuego ardiente que no eran ojos, sino mucho más: epítome de la pasión y la avidez, cumbre de malignidad, encarnación de lo desconocido. Por lo demás, esta nueva confrontación no difirió de la acaecida en años pasados: la mujer no se movió, su rostro - salvo los ojos-- permaneció completamente desprovisto de expresión. Bajé la mirada, incapaz de soportar la suya por más tiempo y retrocedí hacia las tinieblas del pasillo.
Y corrí escaleras arriba a mi habitación, donde permanecí tembloroso, con la espalda apoyada en la puerta y la mente completamente confusa. Me daba cuenta de que aquel ser era algo más que una mujer, pero no sabía qué: una criatura fantasmal al servicio de mi tío abuelo, obligada a retornar noche tras noche para ejecutar esos ritos.

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