Una ciudad flotante (Julio Verne) Libros Clásicos

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Todo era posible. ¡Qué situación tan peligrosa! Fabián se aproximo aún más a la puerta.
El canto que languidecía poco a poco, murió en el acto; después se oyó un grito
desgarrador.
Elena, por medio de una comunicación magnética, ¿sentía cerca de sí al que amaba? La
actitud de Fabián era espantosa. Estaba abismado en sí mismo. ¿Iba a derribar la puerta?
Me pareció así, y me precipité sobre él. Me reconoció. Le arrastré. Se dejó arrastrar. Y
luego con voz sorda:
-¿Sabéis quién es esa desgraciada? -me preguntó.
-No, Fabián, no lo sé.
-¡Es la loca! -dijo-. Pero su mal no es incurable. Un poco de amor curaría a esa pobre
mujer. Así lo creo.
-¡Venid, Fabián -dije- venid!
Llegados sobre cubierta, Fabián se separó de mí, sin decir una palabra, pero no le perdí
de vista hasta que hubo entrado en su camarote.


CAPÍTULO XXIII

Poco después encontré a Corsican y le referí la escena a que acababa de asistir.
Comprendió, como yo, que la situación se agravaba. ¿Podríamos evitar sus peligros?
¡Ah! ¡Qué no hubiéramos dado por acelerar la marcha del Great-Eastern, poniendo un
Océano entre Drake y Fabián!
Al separarnos, Corsican y yo convinimos en vigilar más severamente que nunca a los
actores del drama, cuyo desenlace podía a cada momento estallar a pesar nuestro.
Aquel día esperábamos al Australasian, paquebote de la compañía Cunard de 2.760
toneladas y que recorre la línea de Liverpool a Nueva York. Debía haber salido de
América el miércoles por la mañana, y no podía tardar en aparecer
A las once algunos pasajeros ingleses abrieron una suscripción a favor de los heridos de
a bordo, algunos de los cuales no habían salido aun de la enfermería; entre ellos se
hallaba el contramaestre, amenazado de una claudicación incurable. La lista se cubrió de
firmas, aunque algunas dificultades accesorias originaron palabras mal sonantes.
A las doce, el sol permitió hacer una observación exacta:

Lat. 410 41´11" N.
Long. 580 37´ O.
Carrera 257 millas.

La latitud estaba aproximada hasta los segundos. Los dos novios, que acudieron a
consultar el cartel hicieron un gesto de desagrado. Decididamente, el vapor se conducía
mal con ellos.
Antes de lunch, el capitán Anderson quiso traer a los pasajeros del fastidio de tan larga

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