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De otro modo el peso sería liviano y no pesado. Preguntad, si no, a mi señora Beatriz, que aquí llega. Entra BEATRIZ.
HERO.-Buenos días, prima.
BEATRIZ.-Buenos días, querida Hero.
HERO.-¡Cómo! ¿Qué es eso? ¿Habláis en un tono sentimental?
BEATRIZ.-Me parece que no sabría afectar otro.
MARGARITA.-Entonad Luz de amor, que no tiene estribillo. Cantadla, y yo bailaré.
BEATRIZ.-¡Luz de amor con vuestros talones! Pues como vuestro marido tenga bastantes establos, veréis que no han de faltarle graneros.
MARGARITA.-¡Oh interpretación maligna! La despreciaré con mis talones.
BEATRIZ.-Son casi las cinco, prima. Ya es hora de que estéis arreglada. A fe mía, que me encuentro extremadamente mal. ¡Ay!
MARGARITA.-¿Qué os falta? ¿Un halcón, un caballo o un esposo?
BEATRIZ.-Sufro de la letra con que principian todas esas palabras, de la h1.
MARGARITA.-Bueno, si no os habéis convertido en turca, no queda otro remedio sino navegar por la estrella polar.
BEATRIZ.-¿Qué quiere decir esta loca?, pienso.
MARGARITA.-¡Ya nada; sino que Dios dé a cada cual lo que su corazón desea!
HERO.-Estos guantes me los ha enviado el conde. Despiden un perfume embriagador.
BEATRIZ.-Estoy constipada, prima. No tengo olfato.
MARGARITA.-¡Doncella y constipada! ¿No será que habéis cogido un frío de castidad?
BEATRIZ.-¡Oh, venga Dios en mi ayuda! ¡Venga Dios en mi ayuda! ¿Desde cuándo tan chistosa?
MARGARITA.-Desde que vos habéis dejado de serlo. ¿No me sienta admirablemente el donaire?
BEATRIZ.-No se nota lo suficiente; debierais llevarlo en el tocado. Por mi fe, que estoy enferma.
MARGARITA.-Tomad un poco de carduus benedictus destilado y aplicáoslo al corazón. Es el único calmante para un desfallecimiento.
HERO.-Advierte que eso es pincharla con un cardo.
BEATRIZ.-¡Benedictus! ¿Por qué benedictus? ¿Veis algún sentido en ese benedictus?
MARGARITA.-¡Sentido oculto! ¡Por mi fe, yo no he pretendido dárselo! Quise decir sencillamente cardo bendito. Quizá creáis que os supongo enamorada: No, por la Virgen. No soy tan tonta que dé crédito a cuanto se me ocurra, ni se me ocurre tampoco dar crédito a lo que quisiera; no, en verdad; no se me ocurriría pensar, aunque me volviera loca, que estáis enamorada, o que lo estaréis o que podéis estarlo. No obstante, Benedicto era una persona tal como vos, y ahora se ha vuelto como los demás hombres. Juró que jamás se casaría y, sin embargo, al presente, a despecho de su corazón, come su pan de amor sin repugnancia.