Hamlet (William Shakespeare) Libros Clásicos

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lo lograrás con mi hijo. ¿Entendido?
REINALDO
Perfectamente, señor.
POLONIO
Entonces, ve con Dios.
REINALDO [despidiéndose]
Mi señor...
POLONIO
Observa tú mismo su conducta.
REINALDO
Sí, señor.
POLONIO
Y que siga con su música.
REINALDO
Muy bien, señor.

Sale.
Entra OFELIA.

POLONIO
Adiós. - ¿Qué hay, Ofelia? ¿Qué pasa?
OFELIA
¡Ah, seiior, me he asustado tanto!
POLONIO
Por Dios, ¿cómo ha sido?
OFELIA
Señor, mientras cosía en mi aposento,
aparece ante mí el Príncipe Hamlet
con el jubón desabrochado, sin sombrero
con las calzas sucias y caídas, como argollas
al tobillo, más pálido que el lino,
temblando las rodillas, y el semblante
tan triste en su expresión que parecía
huido del infierno para hablar de espantos.
POLONIO
¿Está loco por ti?
OFELIA
Señor, no lo sé, pero lo temo.
POLONIO
¿Qué te dijo?
OFELIA
Me agarró de la muñeca y me apretó.
Entonces extendió todo su brazo
y con la otra mano haciendo de visera
se puso a escudriñarme la cara,
cual si fuera a dibujarla. Así, un buen rato.
Al final, sacudiéndome el brazo levemente
y alzando y bajando así tres veces la cabeza,
lanzó un suspiro tan profundo y lastimero
que pareció destrozarle todo el cuerpo
y acabar con su existencia. Entonces me soltó
y, vuelta la cabeza sobre el hombro,
parece que encontró el camino sin mirar,
pues salió sin ayuda de los ojos
y los tuvo en mí clavados hasta el fin.
POLONIO
Anda, ven conmigo. Voy a ver al rey.
Eso es el delirio del amor,
que por su propia violencia se aniquila
y lleva a las acciones más desesperadas,
como sucede cada vez con las pasiones
que tanto nos afligen. Siento...
¿Le has hablado con dureza últimamente?
OFELIA
No, señor. Sólo cumplí vuestras órdenes:
le devolví sus cartas y rechacé su presencia.
POLONIO
Eso le ha enloquecido. Siento
no haber acertado al observarle.

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