Leyendas de un juego muy antiguo

Página 2 de 13

Dice la leyenda que el ajedrez nació en la India. Lo habría inventado Sissa Ben Dahir, un brahmán que se había propuesto distraer los ocios de un rey muy soberbio. El rey quedó maravillado con esa creación y le ofreció una recompensa al brahmán. Este pidió un grano de trigo por la primera casilla o escaque del tablero de ajedrez, dos por la segunda, cuatro por la tercera, siempre duplicando la cantidad de la casilla anterior, hasta arribar a la última, la sexagésimo cuarta. Los simples cómputos que se pueden hacer con una calculadora de bolsillo muestran que a la última casilla del tablero, aun sin contar las demás, le habrían correspondido unos dieciocho cuatrillones de semillas. La cifra es impresionante: todas las cosechas de la historia no bastarían para satisfacerla.

Poca suerte tuvo el brahmán Sissa Ben Dahir, ya que los especialistas ingleses del siglo XVIII, tal vez demasiado apegados a las formas clásicas, le cambiaron el nombre, convirtiéndolo en una musa, como las que brotaron de la rica mitología griega y a las cuales se les suponía aptitudes para inspirar a los artistas. De ahí que el bueno de Sissa vio su nombre transformado en Caissa y su sexo alterado, inspirando sabiduría ajedrecística a los hombres, junto con Euterpe, Erato y Melpómene.

Casi todos los relatos sobre los orígenes del ajedrez tienden a realzar el poderoso efecto generado por un juego al que ya se le reconocían, mucho antes de los desarrollos modernos, valores superlativos. Un poeta de nuestra era, Firdawsi, relata una historia muy anterior a su tiempo, según la cual el rey persa Nushirwan (521-578) habría recibido una delegación india portadora de magníficos presentes, entre los cuales se encontraba un tablero de ajedrez junto con las piezas del juego, talladas en marfil y ébano. También le llegó un desafío, pues había una carta, ricamente ilustrada, en la cual se retaba a Nushirwan a encomendar a sus sabios que descubrieran los misterios del juego. El reto determinaba que, si no lograban hacerlo, el rey debía allanarse a pagar tributo al enigmático donante.

Originadas en distintas civilizaciones, en su mayoría del Lejano y del Cercano Oriente, las narraciones legendarias fueron recogidas en forma oral y volcadas luego mayoritariamente en una lengua, el árabe, que no es aquella en que se las contó por primera vez. Los árabes, herederos de toda la tradición cultural indo-persa en general, y ajedrecística en particular, glosaron y retranscribieron las fuentes orales en torno a los orígenes del juego, haciendo de ellas, en algunos casos, una lectura e interpretación totalmente personal. Ellos eran conquistadores, pero se dio una aculturación "a la inversa": se culturalizaron a partir del altísimo nivel alcanzado por los anteriores dueños de la tierra (persas e hindúes).

Las leyendas no constituyen relatos históricos, porque quienes las pusieron por escrito por vez primera lo hicieron desde sus evocaciones, tomando las enseñanzas de sus antecesores, o simplemente parafraseando a otros escritores que ya las habían recibido y ajustado a sus propias conveniencias. Y sin embargo, las más modernas investigaciones históricas no refutan ese relato de carácter histórico-legendario. Las versiones escritas vienen de un pueblo, el árabe, que recibió toda esa tradición y fue formando una especie de ciclo del ajedrez -semejante a otros ciclos, como el del rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda o el del Santo Grial, en la Edad Media- en torno a los orígenes de este juego.

En ajedrez hay un antes y un después de la aparición de un sistema de notación escrita. La notación permite determinar con exactitud la movida a efectuar, sin dar lugar a confusiones o malas interpretaciones. Sin un sistema de notación, no podemos hablar de historia del ajedrez; de la misma manera en que no podemos hablar de la música de los primitivos polinesios con la exactitud que aplicamos a la de Mozart. De la música polinesia poseemos testimonios fragmentarios y de carácter oral, que se pierden en la noche de los tiempos, mientras que la obra del genial salzburgués está perfectamente documentada y registrada con la notación musical.

La historia del ajedrez nace entonces con la primera notación, ideada por los árabes, que fue de tipo algebraico. A continuación aparece el sistema descriptivo, del tipo P4R (peón cuatro rey), originado en el tratado de Damiano, un farmacéutico portugués de comienzos del siglo XVI, autor de un pequeño librito, con muchas ediciones, que gozó de alta estima durante varios siglos. La notación finalmente se consolida y universaliza con el libro del maestro francés François André Danican Philidor, sobre el que volveremos.

El acervo cultural, transmitido de boca en boca, puede ser llevado a un soporte material (papiro, papel) y quedar de esa forma registrado, como proyección tardía de una etapa más temprana. La Ilíada y la Odisea, por ejemplo, fueron puestas por escrito mucho después de su composición oral. El ajedrez pasa a ser historia cuando los registros escritos lo sacan del mundo de la leyenda para ubicarlo en el de los hechos comprobables y comprobados.


Página 2 de 13
 

Paginas: