Don Quijote de la Mancha (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

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mi vida, como vos los habréis visto, como villano ruin que sois, criado y
nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en
seis jayanes, y echádmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y,
cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mí la burla que
quisiéredes.
-No haya más, señor mío -replicó Sancho-, que yo confieso que he andado
algo risueño en demasía. Pero dígame vuestra merced, ahora que estamos en
paz (así Dios le saque de todas las aventuras que le sucedieren tan sano y
salvo como le ha sacado désta), ¿no ha sido cosa de reír, y lo es de
contar, el gran miedo que hemos tenido? A lo menos, el que yo tuve; que de
vuestra merced ya yo sé que no le conoce, ni sabe qué es temor ni espanto.
-No niego yo -respondió don Quijote- que lo que nos ha sucedido no sea cosa
digna de risa, pero no es digna de contarse; que no son todas las personas
tan discretas que sepan poner en su punto las cosas.
-A lo menos -respondió Sancho-, supo vuestra merced poner en su punto el
lanzón, apuntándome a la cabeza, y dándome en las espaldas, gracias a Dios
y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrá en la
colada; que yo he oído decir: "Ése te quiere bien, que te hace llorar"; y
más, que suelen los principales señores, tras una mala palabra que dicen a
un criado, darle luego unas calzas; aunque no sé lo que le suelen dar tras
haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras
palos ínsulas o reinos en tierra firme.
-Tal podría correr el dado -dijo don Quijote- que todo lo que dices viniese
a ser verdad; y perdona lo pasado, pues eres discreto y sabes que los
primeros movimientos no son en mano del hombre, y está advertido de aquí
adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar
demasiado conmigo; que en cuantos libros de caballerías he leído, que son
infinitos, jamás he hallado que ningún escudero hablase tanto con su señor
como tú con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mía:
tuya, en que me estimas en poco; mía, en que no me dejo estimar en más. Sí,
que Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, conde fue de la ínsula Firme; y
se lee dél que siempre hablaba a su señor con la gorra en la mano,
inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. Pues, ¿qué diremos
de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado que, para

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