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Es más, hablará con pasión, con entusiasmo, de los intereses reales y normales de la humanidad: se burlará de la ceguera de los tontos que no comprenden ni sus verdaderos intereses ni el verdadero valor de la virtud. Pero un cuarto de hora después, no más, sin razón alguna, por efecto de un impulso interior más poderoso que todas las consideraciones de interés, hará algo ridículo, cometerá alguna tontería, o sea que obrará en contra de todos los preceptos que ha defendido momentos antes, en contra de la razón, de sus intereses..., de todo... Por otra parte, les advierto que mi amigo es una personalidad colectiva; de modo que es imposible condenarlo a él solo. ¡Precisamente a este punto quería llegar, señores! ¿Acaso no hay algo que es para todos nosotros más querido que nuestros más altos intereses? Dicho de otro modo (para no violar la lógica), ¿no existe para nosotros un interés (el que se deja de lado, ese del que acabamos de hablar) más interesante que todos los demás intereses, más alto que todos ellos, un interés por el que el hombre está dispuesto a obrar, si es preciso, en contra de todas las reglas, es decir, en contra de la razón, sacrificando a él su honor, su paz, su felicidad, todas las cosas bellas y convenientes, en una palabra, sólo por obtener una que es más querida para él que todas las demás, una en la que ve su interés supremo?
«Sí -me dirán ustedes-, pero eso es también un interés...»
¡Permítanme! Voy a explicarme. No podíamos seguir adelante sin aclarar las cosas. Lo singular de ese interés es que destruye las cosas. Lo singular de ese interés es que destruye todas nuestras clasificaciones y derriba todos los sistemas edificados por los amigos del género humano para la felicidad del hombre. En una palabra, es un estorbo, un obstáculo. Pero antes de decirles a ustedes cuál es ese interés, quiero comprometerme personalmente, y afirmo con toda resolución que esos hermosos sistemas, esas teorías que pretenden explicar a la humanidad en qué consisten sus intereses normales, a fin de que ella decida al punto ser virtuosa y noble para amoldarse a ellos, todo eso es pura palabrería. Creer que la renovación del género humano pueda realizarse dándole a conocer sus verdaderos intereses equivale, en mi opinión, a admitir con Buckle que la civilización aplaca al hombre, el cual va perdiendo poco a poco sus instintos sanguinarios y guerreros.