Memorias del subsuelo (Fedor Dostoiewski) Libros Clásicos

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Te ceñirán cada día más estrechamente. Sí son estas malditas cadenas. Las conozco. No te diré nada más sobre este asunto. Seguramente no me comprenderías. Pero dime, sé franca: ¡verdad que ya estás en deuda con tu patrona? ¿Ves como sí? -añadí, aunque ella no me había respondido pues se limitaba a escucharme en silencio, con ávida atención-. Ahí tienes la primera cadena. Jamás podrás librarte de ella. Ya se las arreglarán )ara que no puedas. Es como si hubieses vendido tu alma al diablo... En fin, ¿qué sabes tú de todo esto? Tal vez soy tan desgraciado como tú y me hundo en el lodo para olvidar mi sufrimiento. Unos buscan el olvido en la bebida; yo o busco viniendo aquí. Dime: ¿está esto bien?.. Nos hemos acostado sin decimos ni una sola palabra. Sólo cuando has empezado a observarme con expresión salvaje te le mirado también yo. ¿Es así como se ama? ¿Es así como el hombre y la mujer deben unirse? Esto es sencillamente
repulsivo.
-¡Sí! -se apresuró Lisa a afirmar secamente. La precipitación con que pronunció este «sí» me asombró. De ello deduje que mi juicio le rondaba también a Lisa por la cabeza mientras me miraba fijamente de cuando en cuando. «Por lo tanto, es capaz de tener ideas. ¡Diablos!, esto se pone interesante. Posee cierta inteligencia», me decía, casi frotándome las manos. ¿Cómo, pues, no , llegar hasta los confines de un alma tan joven?
Este juego me atraía cada vez más.
Avanzó la cabeza hacia mí. En la oscuridad me pareció que la apoyaba en sus manos. ¿Me estaba observando? Sentía de veras no poder distinguir sus ojos. Oía su profunda respiración.
-¿Por qué viniste aquí? -le pregunté con cierta rudeza.
-Las cosas...
-Sin embargo, ¡qué bien estabas en casa de tus padres!
¡Allí todo era tibio y cómodo! Aquello era tu nido.
-¿Y si allí se estuviera todavía peor que aquí?
«Hay que encontrar el tono justo -me dije-. Con sentimentalismos no conseguiré casi nada.»
Pero esta idea pasó vertiginosamente por mi cerebro. Os aseguro que aquella mujer me interesaba de verdad. Además, estaba débil y predispuesto a entregarme a los sentimientos generosos, con los que la astucia se alía fácilmente.
-Te creo. Todo es posible -respondí precipitadamente-. Estoy seguro de que te han ofendido, de que son ellos más culpables ante ti que tú ante ellos.

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