Misas herejes (Evaristo Carriego) Libros Clásicos

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Por la prima aflautada vuelan las aves de las notas chispeantes y juguetonas, y, poblando el ambiente de voces graves, braman las roncas iras en las bordonas.
Arco de mil envíos. Carcaj de amores, hacen sus flechas raudas líricas presas, así como, en la pauta de los rencores, suele rugir el pueblo sus marsellesas.
Ella lauda en su solfa los caballeros

del valor o del arte, y aún hay un gajo de laurel para todos los cancioneros de la fértil Provenza del barrio bajo.
Por eso elogia siempre los más sensibles finos ensueños, como también halaga las audaces pasiones irresistibles de los fieros Tenorios de poncho y daga.
La luz de un viejo idilio, como aureola que ciñe su cordaje, quizás le llega desde el fondo de un rancho: que aunque española, conoció el amor gaucho de Santos Vega.
Bajo el alero en ruinas, contando duras malas correspondencias a sus deseos, con la magia vibrante de sus ternuras cautivan a las mozas criollos Orfeos.
Ella inspira en el baile las alabanzas de floridos requiebros y relaciones, o las citas fugaces en las mudanzas de los tristes cielitos y pericones.
O, a los lentos acordes provocativos, en su seno se agitan las habaneras, que, libertando locos besos cautivos, se desmayan sensuales en las caderas.
Órganos, y clarines, sus voces finas suenan, cuando en el rojo de sus vergeles florece la amargura de las espinas y sangra la epopeya de los laureles.

A sus cordiales sones apasionados, en las noches alegres de serenatas; envían los galanes desconsolados sus doloridas quejas a las ingratas...
Por sus historias pasan, como un gemido que presagiase largos fatales duelos, las románticas cuitas del pecho herido, o las rojas venganzas de los Otelos.

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