Página 14 de 81
Echó mano a la faldriquera la señora tenienta, y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco. Lo cual visto por Preciosa, dijo:
-Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son mejores; y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre, sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, a lo menos la mía; y así, tengo afición a hacer la cruz primera con algún escudo de oro, o con algún real de a ocho, o, por lo menos, de a cuatro, que soy como los sacristanes: que cuando hay buena ofrenda, se regocijan.
-Donaire tienes, niña, por tu vida -dijo la señora vecina.
Y, volviéndose al escudero, le dijo:
-Vos, señor Contreras, ¿tendréis a mano algún real de a cuatro? Dádmele, que, en viniendo el doctor, mi marido, os le volveré.
-Sí tengo -respondió Contreras-, pero téngole empeñado en veinte y dos maravedís que cené anoche. Dénmelos, que yo iré por él en volandas.
-No tenemos entre todas un cuarto -dijo doña Clara-, ¿y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente.
Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa:
-Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata?
-Antes -respondió Preciosa-, se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.
-Uno tengo yo -replicó la doncella-; si éste basta, hele aquí, con condición que también se me ha de decir a mí la buenaventura.