Las Dos Doncellas (Miguel de Cervantes Saavedra) Libros Clásicos

Página 4 de 49

Ponderaron el aparato de las bolsas, y la bondad del cuartago y del vestido vistoso que de camino traía: todo lo cual requería no venir sin mozo que le sirviese. Todas estas exageraciones pusieron nuevo deseo de verle, y rogó al mesonero hiciese de modo como él entrase a dormir en la otra cama y le daría un escudo de oro. Y, puesto que la codicia del dinero acabó con la voluntad del mesonero de dársela, halló ser imposible, a causa que estaba cerrado por de dentro y no se atrevía a despertar al que dentro dormía, y que también tenía pagados los dos lechos. Todo lo cual facilitó el alguacil diciendo:
-Lo que se podrá hacer es que yo llamaré a la puerta, diciendo que soy la justicia, que por mandado del señor alcalde traigo a aposentar a este caballero a este mesón, y que, no habiendo otra cama, se le manda dar aquélla. A lo cual ha de replicar el huésped que se le hace agravio, porque ya está alquilada y no es razón quitarla al que la tiene. Con esto quedará el mesonero desculpado y vuesa merced consiguirá su intento.
A todos les pareció bien la traza del alguacil, y por ella le dio el deseoso cuatro reales.
Púsose luego por obra; y, en resolución, mostrando gran sentimiento, el primer huésped abrió a la justicia, y el segundo, pidiéndole perdón del agravio que al parecer se le había hecho, se fue acostar en el lecho desocupado. Pero ni el otro le respondió palabra, ni menos se dejó ver el rostro, porque apenas hubo abierto cuando se fue a su cama, y, vuelta la cara a la pared, por no responder, hizo que dormía.

Página 4 de 49
 

Paginas:


Compartir:



Diccionario: