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Los piratas escucharon ceñudos y luego volvieron a colocar la seta. Miraron a su alrededor y vieron los agujeros de los siete árboles.
-¿Ha oído que decían que Peter Pan no está en casa? -susurró Smee, jugueteando con Johnny Sacacorchos.
Garfio asintió. Se quedó largo rato ensimismado y por fin una sonrisa helada le iluminó la cara morena. Smee la había estado esperando.
-Desembuche su plan, capitán -exclamó ansioso. -Regresar al barco -repitió Garfio despacio y entre dientes-, y hacer un opíparo pastelón bien espeso con azúcar verde por encima. Sólo puede haber una habitación allí abajo, porque hay una sola chimenea. Esos estúpidos topos no han tenido la inteligencia de darse cuenta de que no necesitaban una puerta por persona. Eso demuestra que no tienen madre. Dejaremos el pastel en la orilla de la laguna de las sirenas. Estos chicos siempre están nadando allí, jugando con las sirenas. Encontrarán el pastel y lo engullirán, porque, al no tener madre, no saben lo peligroso que es comer un pastel pesado y húmedo.
Estalló en carcajadas, no una risa hueca esta vez, sino una risa auténtica.
-Ja, ja, ja, morirán.
Smee había estado escuchando con creciente admiración.
-Es el plan más malvado y más bonito que he oído nunca -exclamó y se pusieron a bailar y cantar entusiasmados:
Quietos cuando yo aparezco,
por miedo a ser atrapados;
nada os queda en los huesos
si Garfio os tiene enganchados.
Empezaron la estrofa, pero no llegaron a terminarla, pues se oyó otro ruido que les hizo callar. Al principio era un sonido tan débil que una hoja podría haber caído sobre él y haberlo ahogado, pero al ir acercándose se fue haciendo más fuerte.