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Las otras gaviotas, miraron a Juan con
reverencia en sus ojos dorados, porque le habían visto desaparecer de donde
había estado plantado por tanto tiempo.
Aguantó sus felicitaciones durante menos de un minuto.
-Soy nuevo aqui. Acabo de empezar. Soy yo quien debe aprender de vosotros.
-Me pregunto se eso es cierto, Juan -dijo Rafael, de pie cerca de él-. En diez
mil años no he visto una gaviota con menos miedo de aprender que tú. -La
Bandada se quedó en silencio, y Juan hizo un gesto de turbación.
-Si quieres, podemos empezar a trabajar con el tiempo -dijo Chiang-, hasta
que logres volar por el pasado y el futuro. Y entonces, estarás preparado
para empezar lo más difícil, lo más colosal, lo más divertido de todo. Estarás
preparado para subir y comprender el significado de la bondad y el amor.
Pasó un mes, o algo que pareció un mes, y Juan aprendía con tremenda
rapidez. Siempre había sido veloz para aprender lo que la experiencia normal
tenía para enseñarle, y ahora, como alumno especial del Mayor en Persona,
asimiló las nuevas ideas como si hubiera sido una supercomputadora de
plumas.
Pero al fin llegó el día en que Chiang desapareció. Había estado hablando
calladamente con todos ellos, exhortándoles a que nunca dejaran de aprender
y de practicar y de esforzarse por comprender más acerca del perfecto e
invisible principio de toda vida. Entonces, mientras hablaba, sus plumas se
hicieron más y más resplandecientes hasta que al fin brillaron de tal manera
que ninguna gaviota pudo mirarle.