Juan Salvador Gaviota (Richard Back) Libros Clásicos

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kilómetros por hora. Abruptamente se metió en otra pirueta con un balance
de dieciséis puntos, vertical y lento, contando los puntos en voz alta.
...ocho... nueve... diez... ves-Juan-se-me-está-terminando-la-velocidad -del-
aire... once... Quiero-paradas-perfectas-y-agudas-como-las-tuyas... doce......
pero-¡caramba!-no-puedo-llegar... trece... a-estos-últimos- puntos... sin...
cator... ¡aaakk...!
La torsión de la cola le salió a Pedro mucho peor a causa de su ira y furia al
fracasar. Se fue de espaldas, volteó, se cerró salvajemente en una barrena
invertida, y por fin se recuperó, jadeando, a treinta metros bajo el nivel en
que se hallaba su instructor.
-¡Pierdes tu tiempo conmigo, Juan! ¡Soy demasiado tonto! ¡Soy demasiado
estúpido! Intento e intento, ¡pero nunca lo lograré!
Juan Gaviota lo miró desde arriba y asintió.
-Seguro que nunca lo conseguirás mientras hagas ese encabritamiento tan
brusco. Pedro, ¡has perdido sesenta kilómetros por hora en la entrada!
¡Tienes que ser suave! Firme, pero suave, ¿te acuerdas?
Bajó al nivel de la joven gaviota.
-Intentémoslo juntos ahora, en formación. Y concéntrate en ese
encabritamiento. Es una entrada suave, fácil.
Al cabo de tres meses, Juan tenía otros seis aprendices, todos Exilados, pero
curiosos por esta nueva visión del vuelo por el puro gozo de volar.
Sin embargo, les resultaba más fácil dedicarse al logro de altos rendimientos
que a comprender la razón oculta de ello.
-Cada uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota, una idea
ilimitada de la libertad -diría Juan por las tardes, en la playa -, y el vuelo de
alta precisión es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera naturaleza.

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