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-Muchos capitanes probarían de salir con la luna ec1ipsada por el planeta dijo Harkaman.
- ¿Y tú?
El hombretón sacudió la cabeza.
-No. Si tienen rampas de lanzamiento en la luna, podrían dispararnos dando una curva en torno al planeta, por los datos emitidos desde el otro lado y sería una respuesta desventajosa. Hay que ir derechos. ¿Oyes eso, Guatt?
-Si. Tiene sentido. Algo. Ahora, basta de molestarme. Charl, mira aquí un momento.
El astrogador del espacio normal conferenció con él; Alvyn Karífard, el oficial ejecutivo, se les unió. Por último, Kirbey sacó el gran mando rolo, lo giró y dijo:
-
De acuerdo, saltamos - lo empujó hundiéndolo -. Supongo que lo cortaré demasiado justo ahora, en ese caso, recibiríamos una patada que nos haría retroceder medio millón de kilómetros.
La pantalla volvió a convulsionarse; cuando se aclaró, el tercer planeta estaba directamente en el centro; su lunita, con aspecto casi tan grande, quedaba un poco por encima y a la derecha, iluminada por el sol por un lado y por el planeta por el otro. Kirbey cerró en su puesto el mando rojo, cogió su tabaco y su encendedor y las demás cosas de la estantería, tapando el instrumento y cerrándolo con llave.
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Es tuyo, Charl - dijo a Rener.
-
Ocho horas hasta la atmósfera contestó Rener -. Eso si no tenemos que perder mucho tiempo disparando contra el enemigo aquí.
Vann Larch estaba mirando a la luna en la pantalla de seiscientos aumentos.
-
No veo nada contra lo que disparar. Ochocientos kilómetros; un destrozo de planetas, o cuatro o cinco termonucleares - dijo.