La lucha por la vida I (Pío Baroja) Libros Clásicos

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a Manuel le tenían sin cuidado.

Lo peor era que ni su tío ni la mujer de su tío le mostraron afecto, sino
indiferencia, y esta indiferencia preparó al muchacho para recibir los
pocos beneficios recibidos con una completa frialdad.

No pasaba lo mismo con el hermano de Manuel, con quien los tíos
llegaron a encariñarse.

Los dos muchachos manifestaron condiciones casi en absoluto
opuestas: el mayor, Manuel, gozaba de un carácter ligero, perezoso e
indolente; no quería estudiar ni ir a la escuela; le encantaban las
correrías por el campo, todo lo atrevido y peligroso; el rasgo característico
de Juan, el hermano menor, era sentimentalismo enfermizo que se
desbordaba en lágrimas por la menor causa.

Manuel recordaba que el maestra de escuela y organista del pueblo, un
vejete medio dómine que enseñaba latín a los dos hermanas, aseguraba
que Juan llegaría a ser algo: a Manuel le consideraba como holgazán
aventurero y vagabundo que no podía acabar bien.

Mientras Manuel dormitaba en el coche de tercera se amontonaban en
su imaginación mil recuerdos: los hechos sucedidos la vísperas en casa
de sus tíos se mezclaban en su cerebro con fugaces impresiones de
Madrid, ya medio olvidadas, y las sensaciones de distintas épocas se
intercalaban unas en otras en su memoria, sin razón ni lógica, y, entre
ellas, en la turbamulta de imágenes lejanas y próximas que pasaban ante
sus ojos, se destacaban fuertemente aquellas torres negras entrevistas
de noche en Almazán a la luz de la luna...

Cuando uno de los compañeros de viaje anunció que ya estaban en

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