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La entreabrió Manuel, se asomó y vio a Roberto escribiendo.
-¡Hola! ¿Eres tú? -dijo Roberto-. ¿Qué hay?
-Pues venía a verle a usted.
-¿A mí?
-Sí, señor.
-¿Qué te pasa?
-Que me he quedado parado.
-¿Cómo parado?
-Sin trabajo.
-¿Y tu tío?
-¡Oh, ya hacía tiempo que no estaba allí!
-¿Y cómo ha sido eso?
Manuel contó sus cuitas. Luego, viendo que Roberto seguía escribiendo rápidamente, se calló.
-Puedes seguir -murmuró Hasting-, te oigo mientras escribo; tengo que concluir un trabajo para mañana y necesito correr, pero te oigo.
Manuel, a pesar de la indicación, no siguió hablando. Miró a los dos gigantones derrengados que ocupaban el centro del taller y quedó sorprendido. Roberto, que notó el asombro de Manuel, le preguntó riendo:
-¿Qué te parece eso?
-Qué sé yo. Da miedo. ¿Qué quieren decir esos hombres? -El autor los llama «Los explotados».. Quiere dar a entender que son los hombres a quienes agota el trabajo. Poco oportuno el asunto para España.
Roberto siguió escribiendo. Manuel separó la vista de los dos figurones y la dirigió por el cuarto. No tenía aspecto de riqueza, ni siquiera de comodidad; Manuel pensó que el estudiante no marchaba bien en sus asuntos.
Roberto echó una rápida mirada a su reloj, dejó la pluma, se levantó y paseó por el cuarto. Contrastaba su elegancia con el aspecto miserable del cuarto.
-¿Quién te ha dicho dónde vivía? -preguntó.
-En una academia.
-¿Y quién te ha indicado la academia?
-El Superhombre.
-¡Ah! El divino Langairiños... Y dime ¿desde cuándo estás sin trabajo?