La novia del ahorcado (Charles Dickens) Libros Clásicos

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Eso se había convertido en la cantinela constante de la pobre tonta: « le
suplico que me perdone». «Perdóneme».
No merecía ni que la odiara, sólo sentía desprecio por ella. Pero ella había
estado mucho tiempo en su camino, y hacía también tiempo que él ya se había
cansado, el trabajo estaba cerca del final y tenía que realizarlo.
-¡Estúpida, sube las escaleras! -exclamó él.
Ella obedeció inmediatamente, murmurando: «haré todo lo que usted desee». Cuando
entró en el dormitorio de la novia, habiéndose retrasado un poco por las fuertes
cerraduras que tenía la puerta principal pues estaban solos en la casa, ya que
había dispuesto que el personal de servicio tuviera libre el día), la encontró
acobardada en la esquina más lejana, y allí de pie se apretaba contra las tablas
de la pared como si quisiera meterse entre ellas. Tenía su cabello blondo
alborotado sobre el rostro, y sus ojos grandes le miraban con un terror vago.
-¿De qué tienes miedo? Ven y siéntate a mi lado. -Haré todo lo que quiera. Le
suplico que me perdone, señor. ¡Perdóneme! -le dijo con su monótona cantinela,
tal como acostumbraba.
-Ellen, mañana tendrás que escribir esto, de propio puño y letra. También
procurarás que otros te vean atareada en hacerlo. Cuando lo hayas escrito todo
perfectamente, y corregido todos los errores, llama a dos personas que haya en
la casa y firma con tu nombre delante de ellos. Después métetelo en el pecho
para que esté a salvo, y cuando mañana por la noche me vuelva a sentar aquí, me
lo das.
Así lo haré todo, con el máximo cuidado. Haré todo lo que usted desee.
-Entonces no tiembles ni vaciles.
-Haré todo lo posible para evitarlo... ¡si usted me perdona!
Al día siguiente ella se sentó en el escritorio e hizo todo tal como se lo
habían pedido. Con frecuencia él entraba y salía de la habitación, para
observarla, y la veía siempre escribiendo lenta y laboriosamente: repitiéndose
en voz alta las palabras que copiaba, con una apariencia totalmente mecánica, y
sin preocuparse ni esforzarse por entenderlas, salvo de cumplir el encargo. Él
vio que seguía las órdenes que había recibido en todos los aspectos; y por la
noche, cuando estaban a solas de nuevo en el mismo dormitorio de la novia, él

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