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sucedió, una mañana ventosa, antes del amanecer. Él calculó que debían ser las
cuatro y media pero no podía estar seguro porque se había olvidado de darle
cuerda al reloj y se había parado. Ella se había apartado de él durante la noche
con gritos repentinos y fuertes, los primeros que había expresa do así, y él
tuvo que taparle la boca con las manos Desde ese momento ella se había quedado
quieta en la esquina entablada en la que se había dejado caer,, él la había
dejado y había vuelto a su silla, sentándose con los brazos cruzados y la frente
ceñuda.
Más pálida bajo la pálida luz, más incolora que, nunca en el amanecer plomizo,
la vio acercarse arrastrándose por el suelo hacia él: una ruina pálida deformada
por los cabellos, el vestido y los ojos salvajes, impulsándose hacia delante con
una maní doblada e irresuelta.
-¡Ay, perdóneme! Haré cualquier cosa. ¡Ay, señor, le ruego que me diga que puedo
vivir!
-¡Muere!
-¿Tan decidido está? ¿No hay esperanza para mí?
-¡Muere!
Ella tensó sus grandes ojos por la sorpresa y el miedo; la sorpresa y el miedo
se transformaron en reproche; y el reproche en una nada vacía. Estaba hecho. Al
principio él no se sintió muy seguro, salvo de que el sol de la mañana estaba
colgando joyas en los cabellos de la joven. Vio el diamante, la esmeralda y el
rubí brillando en pequeños puntos mientras la miraba, hasta que la levantó y la
dejó sobre la cama.
Fue enterrada enseguida, y ahora todos se habían ido y él había tenido su
compensación.
Tenía pensado viajar. Eso no significaba que quisiera malgastar su dinero, pues
era un hombre ahorrativo y amaba terriblemente el dinero (en realidad, más que
cualquier otra cosa), pero se había cansado de la casa desolada y deseaba
volverle la espalda y olvidarla. Sin embargo, la casa valía dinero, y el dinero
no debía tirarse. Decidió venderla antes de partir. Para que no pareciera tan en
ruinas y obtener así un precio mejor, contrató algunos trabajadores para que
asearan el jardín, cubierto de malas hierbas; para que cortaran el tronco
muerto, podaran la hiedra que caía en enormes masas sobre las ventanas y el
frente de la casa, y para que limpiaran los caminos, en los que la hierba