La novia del ahorcado (Charles Dickens) Libros Clásicos

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del oído era agudo y pudo darse cuenta de que el reloj daba las dos. ¡Y en
cuanto el reloj dio esa hora vio ante él a dos ancianos!
Dos.
Los ojos de cada uno de ellos se conectaban con los suyos mediante dos películas
de fuego; cada una exactamente igual a la otra; cada una dirigida hacia él en el
mismo instante; cada una rechinando los mismos dientes en la misma cabeza, con
la misma nariz torcida por encima, y la misma expresión difusa a su alrededor.
Dos ancianos. Que no se diferenciaban en nada, igualmente discernibles, con la
copia de la misma intensidad que el original, y el segundo tan real como el
primero.
-¿A qué hora llegó a la puerta de abajo? -preguntaron los dos ancianos.
A las seis.
-¡Y había seis ancianos en las escaleras!
Después de que el señor Goodchild se limpiara el sudor de la frente, o intentara
hacerlo, los dos ancianos dijeron con una sola voz y utilizando la primera
persona del singular:
-Había sido anatomizado, pero todavía no habían unido mi esqueleto para colgarlo
en un gancho de hierro cuando empezó a susurrarse que la habitación de la novia
estaba encantada. Estaba encantada, y yo estaba allí. Nosotros estábamos allí.
Ella y yo lo estábamos. Yo, en la silla junto al hogar; ella, de nuevo una ruina
pálida, arrastrándose por el suelo hacia mí. Pero no era yo el que hablaba ya, y
la única palabra que ella me decía desde la medianoche hasta el alba era:
«¡vive!»
» Allí estaba, además, la juventud. En el árbol plantado junto a la ventana.
Entrando y saliendo con la luz de la luna, mientras el árbol se inclinaba y
estiraba. Desde siempre estuvo él allí, observándome en mi tormento;
revelándoseme a ratos, bajo las luces pálidas y las sombras pizarrosas por las
que entra y sale, con la cabeza pelada y un hocejo clavado sesgadamente en su
cabello.
» En el dormitorio de la novia, todas las noches hasta el amanecer, exceptuando
un mes al año, por lo que ahora le diré, él se esconde en el árbol y ella viene
hacia mí arrastrándose por el suelo, acercándose siempre, sin llegar nunca,
visible siempre como por la luz de la luna, tanto si ésta brilla como si no,

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