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Sin embargo, le aconsejaré benévola y nada le ocultaré para que llegue a su tierra sano y salvo.»
Y el mensajero, el Argifonte, le dijo a su vez
«Entonces despídele ahora y respeta la cólera de Zeus, no sea que se irrite contigo y sea dur
en el futuro.»
Cuando hubo hablado así partió el poderoso Argifonte.
Y la soberana ninfa acercóse al magnánimo Odiseo luego que hubo escuchado el
mensaje de Zeus. Lo encontró sentado en la orilla. No se habían secado sus ojos del
llanto, y su dulce vida se consumía añorando el regreso, puesto que ya no le agradaba la ninfa, aunque pasaba las noches po r la fuerza en la cóncava cueva junto a la que lo amaba sin que él la amara. Durante el día se sentaba en las piedras de la orilla desgarrando su ánimo con lágrimas, gemidos y dolores, y miraba al estéril mar derramando lágrimas.
Y deteniéndose junto a él le dijo la divina entre las diosas:
«Desdichado, no te me lamentes más ni consumas tu existencia, que te voy a despedir no sin darte antes buenos consejos. ¡Hala!, corta unos largos maderos y ensambla una amplia balsa con el bronce. Y luego adapta a ésta un elevado tablazón para que te lleve sobre el brumoso ponto, que yo te pondré en ella pan y agua y rojo vino en abundancia que alejen de ti el hambre. También te daré ropas y te enviaré por detrás un viento favorable de modo que llegues a tu patria sano y salvo, si es que lo permiten los dioses que poseen el ancho cielo, quienes son mejores que yo para hacer proyectos y cumplirlos.»
Así habló; estremecióse el sufridor, el divino Odiseo, y hablando le dirigió aladas palabras:
«Diosa, creo que andas cavilando algo distinto de mi marcha, tú que me apremias a atravesar el gran abismo del mar en una balsa, cosa difícil y peligrosa; que ni siquiera las bien equilibradas naves de veloz proa lo atraviesan animadas por el favorable viento de Zeus. No, yo no subiría a una balsa mal que te pese, si no aceptas jurarme con gran juramento, diosa, que no maquinarás contra mí desgracia alguna.»
Así habló; sonrió Calipso, divina entre las diosas, le acarició la mano y le dijo su palabra, llamándole por su nombre:
«Eres malvado a pesar de que no piensas cosas vanas, pues te has atrevido a decir tales palabras.