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265 Respondióle Idomeneo, caudillo de los cretenses:
266 -¡Atrida! Siempre he de ser tu amigo fiel, como lo aseguré y prometí que lo sería. Pero exhorta a los demás melenudos aqueos, para que cuanto antes peleemos con los troyanos, ya que éstos han roto los pactos. La muerte y toda clase de calamidades les aguardan, por haber sido los primeros en faltar a lo jurado.
272 Así dijo, y el Atrida con el corazón alegre pasó adelante. Andando por entre la muchedumbre llegó al sitio donde estaban los Ayantes. Éstos se armaban, y una nube de infantes los seguía. Como el nubarrón, impelido por el céfiro, camina sobre el mar y se le ve a to lejos negro como la pez y preñado de tempestad, y el cabrero se estremece al divisarlo desde una altura, y, antecogiendo el ganado, lo conduce a una cueva; de igual modo iban al dañoso combate, con los Ayantes, las densas y obscuras falanges de jóvenes ilustres, erizadas de lanzas y escudos. Al verlos, el rey Agamenón se regocijó, y dijo estas aladas palabras:
285 -¡Ayantes, príncipes de los argivos de broncíneas corazas! A vosotros -inoportuno fuera exhortaros- nada os encargo, porque ya instigáis al ejército a que pelee valerosamente. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, que hubiese el mismo ánimo en todos los pechos, pues pronto la ciudad del rey Príamo sería tomada y destruida por nuestras manos.
292 Cuando así hubo hablado, los dejó y se fue hacia otros. Halló a Néstor, elocuente orador de los pilios, ordenando a los suyos y animándolos a pelear, junto con el gran Pelagonte, Alástor, Cromio, el poderoso Hemón y Biante, pastor de hombres. Ponía delante, con los respectivos carros y corceles, a los que desde aquéllos combatían; detrás, a gran copia de valientes peones que en la batalla formaban como un muro, y en medio, a los cobardes para que mal de su grado tuviesen que combatir. Y, dando instrucciones a los primeros, les encargaba que sujetaran los caballos y no promoviesen confusión entre la muchedumbre:
303 -Nadie, confiando en su pericia ecuestre o en su valor, quiera luchar solo y fuera de las filas con los troyanos; que asimismo nadie retroceda; pues con mayor facilidad seríais vencidos. El que caiga del carro y suba al de otro pelee con la lanza, pues hacerlo así es mucho mejor. Con tal prudencia y ánimo en el pecho destruyeron los antiguos muchas ciudades y murallas.
310 De tal suerte el anciano, diestro desde antiguo en la guerra, los enardecía. Al verlo, el rey Agamenón se alegró, y le dijo estas aladas palabras:
313 -¡Oh anciano! ¡Así como conservas el ánimo en tu pecho, tuvieras ágiles las rodillas y sin menoscabo las fuerzas! Pero te abruma la vejez, que a nadie respeta.