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casado - pongamos dos años, a lo sumo -, si el
marido se convirtiese de pronto en el amigo íntimo
de una mujer de..., sí, de vida un tanto dudosa, y si
se le viese en todas partes con ella y, probablemente,
pagase sus cuentas..., cree usted que la mujer de ese
hombre no tendría derecho a buscar algún
consuelo?
LADY WINDERMERE.- (Frunciendo el ceño.) ¿A
buscar algún consuelo?
LORD DARLINGTON.- Sí; yo creo que estaría en
su perfectísimo derecho.
LADY WINDERMERE.- ¿De modo que, porque
el marido es abyecto, la mujer también debe serlo?
LORD DARLINGTON.- ¿Abyecto? Un poco
fuerte parece la palabra, lady Windermere.
LADY WINDERMERE.- Peor es el hecho, lord
Darlington.
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EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
LORD DARLINGTON.- ¡Ay!, lady Windermere,
mucho me temo que la gente buena esté haciendo
un daño atroz en el mundo. El mayor, dar tanta importancia
a la maldad. Es absurdo dividir a las personas
en buenas y malas. La gente se divide en
agradable y desagradable, simplemente. Yo siempre
me pongo del lado de la agradable, y usted, lady
Windermere, mal que le pese, se halla en este
número.
LADY WINDERMERE.- Es usted muy amable,
lord Darlington. (Se levanta y pasa por delante de él hacia
la derecha.) No, no se mueva usted. Voy a acabar de
arreglar esas flores. (Se acerca a la mesa donde está el
jarrón.)
LORD DARLINGTON.- (Levantándose también.) Y
debo también decirle, lady Windermere, que sus
ideas sobre la vida moderna son demasiado rígidas.
Ya sé que ésta dista mucho de ser buena; conformes.
Así, por ejemplo, la mayor parte de las mujeres
hoy día son bastante venales...
LADY WINDERMERE.- ¡Oh! No hable usted de
esa gente.
LORD DARLINGTON. - Pero dejando a un lado
a esa gente venal que, desde luego, es siempre
lamentable, ¿cree usted seriamente que las mujeres
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