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helada..., helada como un ser sin amor... Ya Arturo,
a estas horas, debe de haber leído mi carta. Si
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OSCAR WILDE
realmente me quisiera un poco, habría venido a
buscarme, me hubiera llevado de aquí a la fuerza...
Pero ¿qué soy ya para él? ¡Menos que nada! Él está
encadenado a esa mujer... Fascinado por ella.... dominado.
Para dominar a un hombre no hay como
acudir a lo que hay de peor en él. Nosotras hacemos
dioses de los hombres, y éstos nos abandonan.
Otras los hacen sus animales, y ellos las acarician y
son fieles. ¡Qué repugnante es la vida!... ¡Oh!, fue
una locura venir aquí, una locura; sin embargo, ¿qué
es peor? ¿Estar a merced de un hombre que me
quiere o ser la mujer de un hombre que en mi
propia casa me deshonra?... Pero ¿me querrá
siempre, acaso, este hombre al que voy a entregar mi
vida? ¿Qué le doy yo al fin y al cabo? Unos labios
que han perdido el acento de la alegría, unos ojos
cegados por las lágrimas, unas manos frías y un
corazón helado... Debo irme, sí.. No, no puedo
irme; mi carta me ha puesto en su poder. Arturo no
me recibiría... No, lord Darlington sale de Inglaterra
mañana. Me iré con él... No me queda otro camino.
(Cae sentada en una silla y queda unos momentos abismada
en su meditación. Al fin, con un estremecimiento, se levanta y
se envuelve de nuevo en su capa.) ¡No, no! Me vuelvo a
casa. Que Arturo haga de mí lo que quiera. No
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EL ABANICO DE LADY WINDERMERE
puedo aguardar aquí. Fue una locura el venir. ¡Debo
irme! En cuanto a lord Darlington... ¡Ah!, ¿ahí está?
¿Qué hacer? ¿Qué decirle? ¿Se opondrá a que me
vaya? ¡Qué horror! ¡Oh! (Esconde el rostro entre las
manos.)
(Entra MISTRESS ERLYNNE por la izquierda.)
MISTRESS ERLYNNE.-¡Lady Windermere!