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Reducía el conocimiento del gobierno a límites estrechísimos de sentido común y razón, justicia y lenidad, diligencia en rematar las causas civiles y criminales, con algunos otros tópicos sencillos que no merecen ser consignados. Y afirmó que cualquiera que hiciese nacer dos espigas de grano o dos briznas de hierba en el espacio de tierra en que naciera antes una, merecía más de la Humanidad y hacía más esencial servicio a su país que toda la casta de políticos junta.
Los estudios de este pueblo son muy defectuosos, pues consisten únicamente en moral, historia, poesía y matemáticas, aunque hay que reconocer que en estas materias descuella. Pero la última se aplica tan sólo a aquello que puede ser útil en la vida, como es el progreso de la agricultura y de las artes mecánicas; así que entre nosotros no merecía gran aprecio. En cuanto a ideas trascendentales, abstracciones y trascendencias, jamás pude meterles en la cabeza la más elemental concepción.
Ninguna ley de aquel país debe exceder en palabras el número de las letras del alfabeto, que es allí de veintidós; pero, en verdad, son muy pocas las que alcanzan esta extensión. Están redactadas con los términos más claros y sencillos, y aquellas gentes no son lo bastante perspicaces para descubrir en ellas más de una interpretación, y escribir un comentario a una ley es un crimen capital. En cuanto a los fallos en las causas civiles y los procedimientos contra los criminales, tienen allí tan pocos precedentes, que mal podrían jactarse de pericia ninguna en ellos.
Conocen el arte de la imprenta, como los chinos, desde tiempo inmemorial; pero sus bibliotecas no son muy grandes. La del rey, considerada como la mayor, no excede de mil volúmenes, colocados en una galería de doce mil pies de longitud, de la cual yo tenía licencia para sacar los libros que deseara. El carpintero de la reina había ideado y construído en una de las habitaciones de Glumdalclitch una especie de aparato de madera de veinticinco pies de alto, formado como una escalera puesta en pie, cuyos peldaños tenían cincuenta pies de largo; era, en fin, una escalera portátil, cuya parte inferior quedaba a unos diez pies de la pared del cuarto. El libro que yo quería leer se apoyaba en la pared; subía yo luego hasta el último peldaño de la escalera, y volviéndome hacia el libro empezaba por la parte superior de la página, y así continuaba, andando a la derecha y a la izquierda unos diez pasos, según la longitud de las líneas, hasta que llegaba un poco más abajo del nivel de mis ojos, y de este modo bajaba gradualmente hasta el final; luego subía de nuevo y empezaba la otra página de la misma manera, e igualmente volvía la hoja, lo que podía hacer fácilmente con las dos manos, porque era nada mas de gruesa y dura como un cartón, y en los folios mayores no pasaba de dieciocho a veinte pies de largo.