Los viajes de Gulliver (Jonathan Swift) Libros Clásicos

Página 114 de 233

Cuando yo hablaba en aquel país lo hacía en el tono que lo haría un hombre que desde la calle hablase con otro a lo alto de un campanario, a menos que me tuviesen colocado sobre una mesa o en la mano de alguna persona. Le dije que también habla observado otra cosa, y era que cuando al entrar en el barco se pusieron a mi alrededor todos los marinos, me parecieron las más pequeñas e insignificantes criaturas que hubiese visto en la vida; pues a buen seguro que mientras estuve en los dominios de aquel príncipe jamás consentí mirarme a un espejo una vez que mis ojos se acostumbraron a objetos tan descomunales, porque la comparación me inspiraba un lamentable concepto de mí mismo. Me dijo el capitán que mientras cenábamos observó que yo lo miraba todo con una especie de asombro y que muchas veces apenas pude contener la risa, lo que no sabía a qué atribuir, como no fuese a algún barrunto de desequilibrio mentaI. Le respondí que era cierto; que me maravillaba de cómo había podido contenerme viendo sus fuentes del tamaño de una moneda de tres peniques, un pernil de puerco con que apenas había para un bocado, una taza más chica que una cáscara de nuez, y así continué describiendo el resto de su menaje y sus provisiones en parecidos términos. Pues he de advertir que aunque la reina me había encargado una pequeña recámara de todas las cosas precisas para mí cuando estuve a su servicio, se había apoderado de mis ideas completamente lo que por todas partes me rodeaba, y pasaba por alto mi propia pequeñez, como es corriente en cada uno hacer con sus defectos. El capitán comprendió perfectamente mis burlas, y alegremente contestó, empleando el antiguo proverbio inglés, que sospechaba que mis ojos eran mayores que mi barriga, pues no había notado que mi estómago estuviese con muchos ánimos, aunque había ayunado todo el día; y prosiguiendo en su tono regocijado, aseguró que hubiese de muy buena gana dado cien libras por ver mi gabinete en el pico del águila y después su caída en el mar desde tan grande altura, lo que, sin duda, hubiera sido un espectáculo de lo más maravilloso, y su descripción digna de ser transmitida a las edades venideras. El recuerdo de Faetón era tan obvio, que no pudo privarse de aplicarlo, aunque yo no admiré mucho la ingeniosidad.

Página 114 de 233
 


Grupo de Paginas:             

Compartir:



Diccionario: