Cartas desde mi molino (Alfonso Daudet) Libros Clásicos

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cuarto, quien subía frotándose los ojos; se le entre-
gaban la calabaza y el Plutarco. Luego, antes de me-
ternos en cama, entrábamos un momento en la
estancia del fondo, hecha un revoltijo de cadenas,
grandes pesas, depósitos de estaño, calabrotes, y allí,
a la luz del candilejo, escribía el torrero en el gran
libro del faro, siempre abierto:
Media noche. Mar gruesa. Tempestad. Buque de la vista
por el horizonte.

C A R T A S D E M I M O L I N O

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LA AGONIA DE LA «LIGERA»

Puesto que el mistral de la otra noche nos ha
lanzado a la costa de Córcega, permitidme contaros
una tremenda historia marítima de que los pescado-
res de por allá hablan a menudo en la velada, y acer-
ca de la cual me ha suministrado la casualidad
curiosísimos informes.
Hace de esto dos o tres años.
Bogaba yo por el mar de Cerdeña, en compañía
de siete ú ocho carabineros de mar. ¡Rudo viaje pa-
ra un novicio! En todo el mes de Marzo no tuvimos
día bueno. El viento del este hablase encarnizado
con nosotros, y el mar no abonanzaba.
Una tarde, que capeábamos el temporal, nuestra
barca fue a refugiarse a la entrada del estrecho de
Bonifacio, en medio de un archipiélago de islillas.

A L F O N S O D A U D E T

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Su aspecto nada tenía de tranquilizador: grandes ro-
cas peladas, cubiertas de aves, algunas matas de
ajenjo, espesuras de lentiscos, y acá y acullá entre el
fango algunos maderos en vías de podrirse; pero, a
fe mía, para pasar la noche eran más preferibles aun
esas rocas siniestras que el camarote de una vieja
barca a medio cubrir, donde el oleaje entraba como
Pedro por su casa, y con ella nos contentamos.
Apenas hubimos desembarcado, mientras los
marineros encendían lumbre para guisarla bouilla-
baisse, me llamó el patrón, y enseñándome una pe-
queña cerca de piedra blanca, perdida entre las
brumas al cabo de la isla, me dijo.
-¿Viene usted al cementerio?

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