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E R N E S T O D A U D E T
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Cogida de improviso con esta pregunta, Clara miró a la
Gerard, que adivinó su apuro y se apresuró a responder:
-La señora Condesa está delicada... Las emociones de
esta noche... Se ha refugiado en su cuarto y, sin duda; está
durmiendo.
-Tendré el honor de volver mañana a ofrecerle mis ho-
menajes y mis excusas. Servidor de usted, señorita.
Mausabré saludó respetuosamente a Clara y se retiró.
Cuando la joven cerró la puerta, preguntó como hablando
consigo misma:
-¿Hemos hecho bien en mentir esta noche? ¿No habrá
que confesar mañana la verdad?
La Gerard protestó:
-¡Confesar la verdad esta noche! ¿Cómo piensa usted
eso, señorita? Hubiera sido entregar al señor de Dalassene y
revelar a toda la tierra que su hermana de usted se ha mar-
chado con él. Hemos tomado el mejor partido, créame usted.
-Puede que tengas razón -dijo Clara.
La joven bajó la cabeza, muy pensativa, siguiendo con la
imaginación a los dos fugitivos por el camino de Chambery y
todas sus etapas: Avigliano, Susa, la meseta del monte Cenis,
Lanslebourg, Moldane, Saint-Jean-de-Maurienne, Aiguebelle,
Maltavern, pero muy lejos de adivinar, en su inocencia y su
ingenuidad, que aquel camino sería para Lucía una ruta de
perdición y de desgracia.
H A C I A E L A B I S M O
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VII
Próximo a París, en las alturas de la orilla derecha del
Sena, no lejos de Triel, se levantaba, en la época en que se
desarrollaron los acontecimientos que estamos narrando, un
castillo que llevaba el mismo nombre que la aldea de Chan-
teloup extendida a sus pies.
¿Era del pueblo del que el castillo había tomado este
nombre, que es el de otro dominio situado en Turena y fa-
moso por haber vivido en él durante su destierro el ministro
Choiseul y por el fausto que allí desplegó? ¿ Era, por el con-
trario, el castillo el que había dado su nombre a la aldea? No
podríamos decirlo, y la cosa, por otra parte, importa poco.