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Su mayor placer era desafiar a sus enemigos.
Era muy conocido en todos los caminos de los estados de su santidad; pagaba generosamente, pero cuando le ofendían también era capaz de mandar a uno de sus vicarios, a los tres meses de la ofensa, a matar al ofensor.
La única acción virtuosa que realizó en toda su larga vida fue construir en el patio de su gran palacio, junto al Tíbet, una iglesia dedicada a santo Tomás, movido a esta bella acción por el curioso deseo de tener ante sus ojos las tumbas de todos sus hijos10, a los que tenía un odio tremendo y contra natura desde que estaban en la infancia y no podían, por lo tanto, haberle ofendido en nada.
«Aquí quiero meterlos a todos», solía decir, con una risa amarga, a los obreros que empleaba en construir su iglesia.
A los tres mayores, Santiago, Cristóbal y Roque, los mandó a estudiar a España, en la Universidad de
10 En Roma se entierra en las iglesias. (N. de Stendhal.)
Salamanca. Una vez en este lejano país el padre tuvo el maligno placer de no mandarles ningún dinero, de suerte que los pobres mozos, después de escribira su padre muchas cartas, todas sin respuesta, se vieron en la triste necesidad de volver a su patria pidiendo prestadas pequeñas cantidades de dinero o mendigando a lo largo del camino.
En Roma encontraron a un padre más severo y más rígido, más avaro que nunca; a pesar de sus in-mensas riquezas, no quiso vestirlos ni darles el dinero necesario para comprar los más baratos alimentos. Los desdichados hubieron de acudir al papa, que obligó a Francisco Cenci a pasarles una pequeña pensión. Con este mísero recurso, se separaron de él.
Al poco tiempo, encausado por sus amores vergonzosos, Francisco fue a la cárcel por tercera y última vez; los tres hermanos, aprovechando la ocasión, solicitaron una audiencia de nuestro santo padre el papa actualmente reinante y le suplicaron, de común acuerdo, que condenara a muerte a Francisco Cenci, su padre, porque, decían, deshonraba su casa11.